domingo, 20 de septiembre de 2015

El día en el que el nacionalismo catalán consiguió lo que no quería: la independencia



Por cosas de la vida, ayer terminé debatiendo sobre el proceso catalán en una fiesta de cumpleaños con un catalán de primera generación bastante centrado, con el que, obviamente, tenía serias discrepancias. Pero no por él, sino porque suelo tener posiciones lo bastante excéntricas para no coincidir incluso con el más razonable de los seres humanos.

Esa conversación, educada y respetuosa, no sólo no me apartó de mi interpretación de lo que está sucediendo en España (Cataluña incluida) sino que además reforzó mi juicio previo.

Por discreción no revelaré los extremos de la conversación, pero sí quiero compartir contigo, querida o querido lector, una convicción que vengo arrastrando desde hace semanas y que, aunque de forma tangencial, la analiza Carlos Carnicero en su recomendable post Al final llegó el lobo y cundió el pánico.

Porque parece que hay una amplia mayoría en Cataluña cuyos sentimientos se dividen entre aquellos que votar a las candidaturas independentistas se vive como un corte de mangas al PP y la derecha española (mejor sería decir estatalista) y los que creen sinceramente en la necesidad de la independencia, amasados todos ellos en un principio general del órdago a lo grande: pidamos todo para que nos den lo suficiente. Es decir, pidamos la independencia para que nos den el Concierto Económico.

Pero la ecuación catalana tiene sus debilidades. La psicología española es muy peculiar, como nos advertía Amércio Castro, al hablar de la independencia de Portugal. De hecho, la sociedad española reacciona al rechazo con indiferencia, la perfecta socialización del principio descrito en la fábula de la zorra y las uvas.

La intel-ligència nacionalista catalana no parece tener preparado un plan B  por si cuando inicien el procés, la respuesta del Estado no sea mandar ni al Tribunal Constitucional, ni al ejército ni a la Guardia Civil, y mucho menos un contrato de Concierto.

Porque puede ocurrir que la respuesta del Estado y de la sociedad española sea al final de resignación a la independencia pero jurando un odio eterno que persiga durante décadas al nuevo Estat Catalàn. Hasta el infinito… ¡y más allá!, como diría Buzz Lightyear.

Post scriptum. A este post ha respondido M.P., un amigo al que no sólo estimo en lo personal sino respeto en lo intelectual. Y he creído que su comentario en facebook  merecía incluirse como colofón de este post, y por ello lo transcribo:

Es que no se dan cuenta (los soberanistas) que el "tema" termina en el Ebro. Es más, ni definiría siquiera como "resignación" la mezcla de sentimientos (y ausencia de los mismos) que suscita (más bien, no suscita) la cuestión.

Se da una circunstancia curiosa: España sí se ha independizado de Cataluña. Lo ha hecho, en el sentido de que cómo derive la cuestión no importa mucho (y el precio por un entendimiento es dudoso que se pague o se entienda). En cambio, Cataluña no se ha independizado y, aunque se convierta en Estado, dudo que mentalmente lo hagan. Pasa como Portugal: no pueden librarse de nosotros. Lo cual hará un Estado Catalán tan tan entretenido como la España de la que salen. 

domingo, 26 de abril de 2015

Rodrigo Rato, o el paradigma español de la degradación del mito



Lo de Rodrigo Rato se veía venir. Bueno, si hay que ser sincero, lo que se veía venir era que la dirigencia del PP, al recuperar el control de las instituciones, lo ejercería como ha estado acostumbrada.

Y es que la actual dirigencia del partido del gobierno son los descendientes o allegados de esa clase plutocrática que a lo largo de los últimos doscientos años, tras la caída del absolutismo y su aristocracia y la emergencia del liberalismo y su burguesía, ha ido colonizando el poder en España gracias al comercio de esclavos, el contrabando, el uso interesado de los monopolios y la rapiña durante la Desamortización, Es decir, en términos generales, la burguesía española se ha convertido en estos dos siglos en una clase parasitaria sin ningunos de los valores de la burguesía de otros países (emprendimiento, asunción de riesgo, innovación)

Y de esta clase parasitaria se nutrió los altos funcionarios del Estado. Porque al contrario de cierta ensoñación interesada (que describen un pasado no demasiado lejano donde la alta administración del Estado, gracias al funcionariado, estaba regida por hombres capaces y honrados), históricamente la Administración española ha estado ocupada por los más mediocres de la burguesía, que conseguían sus plazas en propiedad por un sistema clientelar y corrupto que les aseguraba verdaderas regalías a las que por su intelecto y capacidad nunca podrían alcanzar.

Pero si a mí personalmente no me sorprende que el PP atesore entre sus cuadros a verdaderas bandas de saqueadores (que tanto recuerda el comportamiento de los vencedores de la Guerra Civil española) sí me fascina en cambio la reacción popular hacia aquellos que, contra cualquier sentido racional, habían sido encumbrados a las más altas esferas de la mitología patria.

Rodrigo Rato siempre ha sido un mediocre: como empresario (se afirma que arruinó las empresas familiares) y como político. Por eso, desde sus primeros panegíricos, me extrañó la fama alcanzada, y que muchos afirmaban que era debida a haber salvado a España con Aznar, y ser el artífice del milagro de aquellos años. Y la culminación de esta extrañeza llegó cuando fue investido Doctor Honoris Causa (¿qué causa? ¿en base a qué honor?) por la Universidad Rey Juan Carlos, el centro académico de cabecera del PP madrileño, usado y abusado sin rubor por las élites conservadoras.

Claro que en un comportamiento público típicamente español, ahora andan como locos recogiendo firmas para quitarle a Rodrigo su doctorado.

En otros post de este blog, creo que a propósito de Juan Ignacio Zoido (otro ídolo que está a punto de ser arrastrado por el fango del odio popular sevillano), he recordado la anécdota (posiblemente falsa) sobre Alfonso XII a su entrada en la capital tras el exilio. La web Segunda República la refiere así: Viendo Alfonso a unas mozas muy bullangueras, que se ganaban la vida en el mercado de la Plaza de la Cebada, cedió a su instinto político y se acercó caracoleando para agradecerles sus vítores. «¡Más gritábamos cuando echamos a la puta de tu madre!», le explicó una moza enardecida.

En España pasamos de encumbrar a nuestros mitos tan rápidamente como los destruimos y enfangamos. Porque la degradación pública de Rato, ese deseo de ver arrastrado por el lodo de la historia a quien no hace mucho andaba encumbrado por las multitudes, es una constante de la historia española. Cada época tiene sus ídolos y sus mártires, sus prohombres y sus héroes, y en una muestra del hecho diferencial español, a veces aparecen y desaparecen como el Guadiana. Desde luego ese encumbrar y derribar es tan agotador como desagradable.

Un caso realmente curioso lo tenemos en Sevilla, a propósito del pobre José de Letamendi Manjarrés, conocido popularmente como Doctor Letamendi. Este catedrático catalán, que lo fue de la Universidad de Barcelona y Central de Madrid (rebautizada durante el franquismo como Complutense), murió en 1897. Sevilla, siempre un poco retardada en esto de la modernidad, le dedicó en 1916, con los máximos honores, una calle, la antigua Correduría, con un vistoso acto y la colocación de una hermosa plana en el número 9 de dicha vía urbana, como nos recuerda la web Sevilla Desaparecida.

Menos de un siglo después, el ayuntamiento de la ciudad decidió que ya había gozado de la suficiente fama durante demasiado tiempo, así que procedió a eliminar su nombre de dicha calle a la que volvió a rotular con su anterior nombre de Correduría. Pero al tratarse de una corporación de las izquierdas, menos cainitas que las derechas, decidió que el doctor Letamendi al menos merecía el honor de un callejón frente al Instituto Anatómico Forense (vía en la que el único hecho reseñable es la de contar con una salida lateral del supermercado Mercadona de la calle Don Fadrique). Parece que los años han empalidecido, pero no hecho desaparecer, su fama de médico humanista, a la par que poeta, músico, sociólogo, político, economista, literato, etc.

Decía que el caso de la calle Doctor Letamendi de Sevilla era curioso, pero no único ni el más sangrante. La calle Larios de Málaga, por ejemplo, ha pasado sus pocos más de cien años de existencia, cambiando de nombre como quien cambia de traje (de Larios a Pablo Iglesias, para luego mutar en José Antonio y recuperar finalmente su nombre inicial), o la plaza de San Francisco de Sevilla, que en los últimos dos siglos ha disfrutado de los nombres de Plaza de la Constitución, Real de Fernando VII, del Rey, de Isabel II, de la Libertad y de la Falange Española.

Hace años comprendí este carácter tan español, cuando el autor de mis días me advirtió de lo vano del deseo de pasar a la posteridad. Mientras me hablaba de ello paseando por los alrededores de la antigua estación ferroviaria de Málaga, me señaló la hermosa placa de mármol, llena de mugre por la contaminación y el abandono, que mostraba el rótulo de la calle Héroe de Sostoa sobre una fachada de ladrillo, igualmente sucia, del asilo de las Hermanitas de la Caridad. Esto es lo que puede esperarse en el mejor de los casos: una placa llena de mugre.

Mucho después, leí en el Diario Sur que nadie tenía claro el beneficiario de tal honor, ya que se ignoraba si se trataba de un héroe llamado Sostoa, o unos héroes de la batalla de Sostoa. Parece ser que finalmente se dedicó a tal Tomás Sostoa Achúcarro, nacido en Uruguay y fallecido en Málaga, a propuesta del consulado de dicho país sin que quede constancia histórica sobre su supuesta heroicidad, aparentemente alcanzada durante la Guerra de la Independencia americana.

Desde entonces ha ido creciendo en mí la prevención hacia el reconocimiento de mis paisanos. Y por si algún día hago algo, dios no lo quiera, que me haga merecedor de pasar a los libros de historia, bajo ningún concepto aceptaré un doctorado honoris causa ni una calle. En todo caso, solo aceptaré una buena mariscada.
             
Y que luego me quiten lo bailao.

domingo, 19 de abril de 2015

Andalucía, ahora ¿qué?



Cuando escucho, o pienso, plantear hipótesis sobre lo que va o ocurrir en el futuro, especialmente en cuestiones políticas, siempre me acuerdo de la infeliz pitonisa parisina, de gran éxito entre la alta burguesía de la Belle Epoque,  de la que nos habla Guy Bechtel en su libro  Los Grandes libros misteriosos (Plaza y Janés, 1977). Este autor, a la hora de analizar los libros proféticos, recordaba el pronóstico de la adivinadora publicado por un periódico de la capital francesa en los primeros días de la Gran Guerra, en el que afirmaba que la misma duraría apenas unos meses y terminaría con la entrada triunfal de las tropas galas en un Berlín derrotado y humillado. Bechtel nos advierte que la mayoría de las proyecciones o adivinaciones, son más útiles para saber lo que piensa la persona que las emite que para conocer el futuro.

Por eso siento mucho pudor de aventurar escenarios, especialmente los políticos. Pero una mezcla de narcisismo (por aquello de poder decir “ya lo dije”) como necesidad de ordenar ideas, me ha animado a escribir este post sobre lo que puede ocurrir políticamente en Andalucía en los próximos meses tras las elecciones autonómicas del 22 de marzo, en el que intentaré separar mi análisis de lo que creo que sería la estrategia oportuna de los distintos partidos y de lo que me gustaría que pasara.

El mantenimiento de parlamentarios por parte del PSOE respecto a 2012, que no de votos, y el pinchazo de las expectativas de PP y PODEMOS, noqueó a los que esperaban un descalabro de los socialistas y la euforia de quienes lo temían. Pero pasadas algunas semanas, la realidad se impone, y el panorama se antoja mucho más complejo de lo muchos pensaron la misma noche de las elecciones.

La primera pregunta a responder sería si Susana Díaz acertó o no en disolver el Parlamento y convocar elecciones anticipadas, habida cuenta que disponía de una mayoría más o menos estable y un presupuesto para el año 2015. Soy de la opinión que la convocatoria fue un coctel en el que se mezclaban muchos factores, de interés general y particular, de cálculo electoral pero también de estabilidad.

El discurso que cuestionaba la legitimidad de la presidenta, al no ser el PSOE la fuerza más votada en 2012 y haber recibido la responsabilidad tras la dimisión de José Antonio Griñán, había calado no sólo entre gran parte del electorado socialista sino que percibo también había llegado a San Telmo. Además, la instrumentalización de la corrupción hacía necesaria visualizar la mayor ruptura, dentro de lo posible, con los gobiernos anteriores, ya que la gestión política diaria, y cualquier éxito de la misma, estaba lastrada por el pasado.

La estabilidad gubernamental dependía de una fuerza muy inestable, Izquierda Unida, cuya dirección en Andalucía estaba cuestionada constantemente en lo interno por la posición de la CUT y muchos militantes que había aceptado a las trágalas el referendo interno celebrado en su día, y las cada vez más evidentes maniobras de la dirección federal de IU, o una parte de ella, incómoda con el bipartito andaluz, que a tenor de lo expresado por la fuerza emergente PODEMOS, dificultaba cualquier confluencia con el PCE y sus socios.

A la postre se ha demostrado que este argumento era sólo parte de la estrategia de los de Iglesias y los suyos para socavar una de las fortalezas de IU (como se ha demostrado en los movimientos de confluencia para las municipales donde PODEMOS ha demostrado que su único interés es arrebatar espacio electoral y cuadros a IU, hecho que ha sido denunciado en los últimos días con gran enfado por Cayo Lara) pero que hasta marzo había calado en la federación de izquierdas, especialmente entre los más próximos a Alberto Gazón. Contra lo que sostienen muchos, especialmente desde IU, la consulta a las bases en verano sobre la continuidad del pacto, que tengo la convicción de que era una patada hacia delante de la dirección andaluza de IU que no reflejaba ninguna intención real de provocar la ruptura con el PSOE, colocaba a Susana Díaz es una de las posiciones políticas que menos le gusta: estar a merced de acontecimientos sobre los que no puede ejercer ninguna influencia.

El cálculo político de los beneficios y perjuicios de ser la primera o la última en enfrentarse a PODEMOS también creo que influyó en el ánimo de Susana Díaz a la hora de tomar una decisión.

Por último, también creo que pesó su intención de reforzar su papel dentro del PSOE (con su postulación o no a las primarias que se convocará en verano para elegir al candidato socialista), ya que su previsible victoria adquiriría mayor relevancia antes de una posible victoria de Pedro Sánchez que después. En estos momentos, el liderazgo electoral del PSOE es Susana Díaz, pero si se hubieran celebrado las elecciones en 2016 con Pedro Sánchez en la presidencia del gobierno, los mismos resultados, o incluso mejores, no tendrían la misma virtud en el corazón de la mayoría de los y las socialistas.

Estoy seguro que influyeron muchos más factores, algunos de los cuales nos iremos enterando en los próximos meses y años, y algunos de los cuales no nos enteraremos nunca. Pero el resultado de todo ello ha sido que los resultados del 22 de marzo han provocado una foto fija política, muy alejada de las expectativas de las fuerzas que concurrieron, por defecto en la mayoría de los casos, pero también por exceso en el caso de CIUDADANOS.

El PSOE ganó las elecciones, y repetir escaños, con la que está cayendo, ha sido todo un éxito, pero parece insatisfactorio si lo que se pretendía era rozar la mayoría absoluta. ¿Tenía la convicción Susana Díaz que podía rozar o superar los 50 escaños? No tengo información cierta, pero tengo la impresión de que sí podría creer que lo rozaría (¿49 era la cifra mágica?) pero que no lo superaría. Por lo tanto, su satisfacción el día de la noche electoral vendría más por saber el descalabro del anterior ganador, el PP y lo alejado que quedaba el PSOE del resto de fuerzas, que por haber alcanzado su objetivo.

El PP, PODEMOS e IU fueron los grandes perdedores, y eso suele llevar a dos estados emocionales, muchas veces no excluyentes: el decaimiento o la necesidad de venganza. Y en ello andan. El PP andaluz y su electorado se siente víctima de todos, de la dirección del Partido, del presidente del gobierno de la Nación, de una aviesa Susana Díaz, y de su propio candidato. PODEMOS, pero sobre todo parte de su militancia, habían caído en las fantasías de sus propios orgasmos demoscópicos aderezados convenientemente por las redes y ciertos medios de comunicación, que les llevó a soñar, más allá de cualquier elemento racional, en el sorpasso, quedando el partido de Teresa Rodríguez por delante del de Susana Díaz. Por ello, el magnífico resultado obtenido ha sabido a ceniza en el paladar de muchos de los suyos.

IU, por su parte, ha sido realmente la que más ha perdido en estas elecciones. Ni los favorables al pacto con el PSOE han salido satisfechos con la experiencia, ni los de la CUT, que apostaron desde el principio por  no suscribirlo y que antes de las elecciones habían abandonado IU, por más que posteriormente Sánchez Gordillo, tras ser menospreciado por los de PODEMOS, haya afirmado que se siente primo (esperemos que sea en el sentido familiar) de la federación de izquierdas. Y los 5 escaños alcanzados se antoja una verdadera tragedia a una formación que aspiraba a ser determinante en la nueva legislatura y que queda reducida a la nada porque ni siquiera Susana Díaz los necesita para convertirse en la primera presidenta electa andaluza.

Para mí, el único vencedor de las elecciones ha sido una fórmula exógena como CIUDADANOS, que con un candidato desconocido, un presidente impresentable como Albert Rivera, y un programa electoral claramente anti-autonomista, han conseguido 9 escaños. Tengo la convicción que en Andalucía la buena racha de este partido alcanzará su clímax en las elecciones municipales de mayo, pero que para las generales de noviembre ya se verá su declive.

He dejado escrito que este tipo de derrotas llevan al decaimiento o la venganza. Y parece que éste es el sentimiento que se ha impuesto en gran parte de las direcciones del PP e IU, menos en la de PODEMOS, pero sí entre su electorado: al enemigo, ni agua, parece ser el leitmotiv entre las bases y una parte significativa de los votantes de las tres formaciones.

Todos parecen coincidir que hasta después de las municipales del 24 de mayo ninguna fuerza se planteará su abstención en el Parlamento para facilitar la elección de presidenta a Susana Díaz.

Entre los favorables a PODEMOS e IU parece cundir la convicción, que sería la profecía auto-cumplida promovida desde sus filas, que la responsabilidad de Estado del PP o el pacto secreto entre PP y PSOE de apoyarse mutuamente en Sevilla y Madrid, llevará a los conservadores-liberales (¡que engendro conceptual!) a abstenerse antes o después, de forma que se evite la repetición de elecciones.

Para los que hayan tenido la preocupación de analizar la trayectoria de Susana Díaz desde sus tiempos de Juventudes Socialistas, la lideresa andaluza del PSOE ha demostrado una gran capacidad de llegar a acuerdos incluso desde posiciones antagónicas, pero sobre todo para ganar en los escenarios más complicados. Como dicen un líder sevillano del PSOE, “se enfrenten quienes se enfrenten, al final siempre gana Susana”.

Pero esta vez creo que Susana Díaz no sólo tiene pocas cosas que ofrecer para llegar al pacto, sino que además puede tener un interés sincero de no llegar a él. Todos parecen dar por hecho que la repetición de las elecciones es un mal escenario para Andalucía pero que es inevitable.

¿Qué gana o pierde el PSOE de Susana Díaz si no consigue que algunas de los grupos relevantes (todos menos IU) se nieguen a abstenerse en las votaciones de investidura y se tiene que convocar elecciones? En el día a día hasta la nueva cita electoral gana más que pierde: con un presupuesto aprobado y la excusa de la ingobernabilidad, puede mantener sus estructuras gubernamentales durante seis meses más (es decir, sus cuadros, asesores, etc.), seguir usando el presupuesto sin control parlamentario y desarrollando políticas sociales en un entorno económico más favorablemente que le permite gastar más en sanidad, educación y servicios sociales, etc. En cuanto al resultado de una nueva cita electoral, la gestión de estos meses y un manejo adecuado del victimismo, puede llevar a muchos votantes que no lo han hecho en marzo, desencantados con PODEMOS y CIUDADANOS, a dar su apoyo al PSOE.

El PP tiene poco que ganar absteniéndose en las votaciones de investidura de Susana Díaz y mucho que perder. La sangría que ha sufrido y que tanto ha beneficiado a CIUDADANOS, ha sido la percepción de que es necesaria la ruptura de un status quo, conformado por dos grandes fuerzas (un bipartidismo imperfecto que no está llamado a ser derrotado sino sustituido por las fuerzas emergentes). Por eso, favorecer la elección de Susana Díaz, aunque sea con la abstención, podría no ser lo más recomendable.

Y no sólo por la necesidad de venganza, que tras la derrota sin paliativos del 22 de marzo es el sentimiento más extendido entre sus cuadros y votantes, sino porque dando por hecho que esos 30 parlamentarios son su suelo electoral a prueba de bombas, unas nuevas elecciones autonómicas en medio de un nuevo ciclo económico expansivo (que tardará en ser percibido pero que lo hará antes que después), la posibilidad de dar a conocer más un candidato tan encantador en lo personal como desconocido y extraño en lo político, y la explosión de la burbuja de CIUDADANOS, puede llevar a recuperar en seis meses algunos de los 17 escaños perdidos respecto a 2013.

Y es que el argumento del gran pacto PP-PSOE difundido interesadamente por algunos desde posiciones de izquierdas o desde la centralidad del tablero, es tan falso como creíble. El PP ya ha demostrado en el pasado que poner en riesgo la estabilidad del Estado es un costo asumible si el premio es el liderazgo y la gobernanza, como confesó José María García respecto a la estrategia desarrollada, en tiempos de Felipe González, por José María Aznar como presidente del PP.

PODEMOS, que puede desarrollar estrategias arriesgadas sin perder la comprensión de los suyos, está atrapado en su propia envolvente antes de las elecciones generales. Sus votantes se distribuyen entre los que odian al PSOE, entres los cuales la frustración por el resultado del 22 de marzo no ha ayudado precisamente a superarlo, y los que esperan que los de Iglesias oxigenen un gobierno de izquierda. Desde la oposición y con un gobierno del PSOE en minoría, el grupo parlamentario de Teresa Rodríguez podría visualizar su estrategia de ruptura desde la izquierda. Y como parecen estar convencidos, según me comentan, que el PP se va a abstener y que Susana Díaz no será capaz de aceptar sus cuatro líneas rojas, tienen la convicción de que lo más correcto para sus intereses electorales de las próximas generales es permanecer en sus treces.

Pero a mi entender, esta estrategia adolecería de varias debilidades. Primera es la convicción de que el PP finalmente se abstendrá, cosa que creo que no ocurrirá. La segunda, la certeza de que Susana Díaz no aceptará las líneas rojas. Y es que de las cuatro sólo una no puede aceptar en este momento pero que en los próximos meses, posiblemente antes de junio, estará resuelta. Tengo la convicción que tras el pronunciamiento del Tribunal Supremo los ex presidentes Chaves y Griñán renunciarán a sus actas. Si son imputados, cosa que no creo, porque es el compromiso de Pedro Sánchez y Susana Díaz, es decir, de todo el PSOE. Y si no son imputados, porque ya no hay nada que temer de la jueza Alaya, y seguirán el ejemplo de Alfonso Guerra abandonando la actividad política parlamentaria.

Una vez que ocurra esto, es decir que Chavez y Griñán ya no tengan aforamiento, el resto de exigencias son asumibles para una Susana Díaz curtida en los pactos más extraños y difíciles. La incorporación de funcionarios interinos, va en línea con lo planteado con el PSOE y es posible gracias al cambio de ciclo económico; trabajar con entidades bancarias que no desahucien (es decir, con banca ética) tampoco será un obstáculo para quien prioriza su supervivencia política sobre las ganancias de los accionistas de las entidades bancarias clásicas; y reducir el número de asesores no sólo no es un obstáculo sino que puede ser una oportunidad para Susana Díaz para  “limpiar” la casa sin coste en lo interno, ya que es consciente de las propias limitaciones de sus responsabilidades, tanto al frente del gobierno y del PSOE de Andalucía, para desembarazarse del colesterol orgánico adherido tras 32 años de gobierno.

Por eso, la seguridad de PODEMOS de que su estrategia de líneas rojas le protege de tener que mojarse, se me antoja inocente. Si Susana Díaz acepta el envite, por estrategia de gobierno (esto es, ser elegida presidenta) o electoral (poner contras las cuerdas a PODEMOS antes de unas nuevas elecciones), ¿cuál va a ser la reacción de los 15 parlamentarios del grupo de Teresa Rodríguez? ¿Nuevas líneas rojas? ¿Aceptar la investidura? Sea cual sea, se me antoja un escenario muy alejado de la zona de confort de los seguidores de Pablo Iglesias.

Por su parte, tengo la convicción de que CIUDADANOS vive su particular vía crucis esquizofrénico. Por un lado, la dirección andaluza, representada por Juan Marín, tiene un interés real por entrar en el gobierno andaluz. Por otro, Albert Rivera no. Y es que las diferencias son más profundas de lo que pueda parecer. El catalán Rivera es  profundamente antinacionalista lo que le lleva a ser anti-autonomista. Juan Marín al contrario, como casi la mayoría de los andaluces, es una autonomista al que le gustaría mayores dosis de autogobierno. Este enfrentamiento, que posiblemente aún no es percibido por casi nadie, podría suponer a medio plazo una crisis importante dentro de la formación naranja.

Y a corto plazo, la nueva formación de derechas no tiene ningún aliciente electoral de visualizarse a nivel nacional como el tonto útil socialista para mantener el feudo andaluz, y prefiera mantenerse en la opción de votar en contra. Pero es cierto que la exigencia que plantean los de Marín a Susana Díaz es aceptable: asumir su Código Ético. Pero creo que si bien el PSOE hará esfuerzos en aceptar la propuestas de PODEMOS, con la convicción de que no se llegará al pacto, evitará aceptar las de CIUDADANOS, cada día más visualizado como una fuerza de derechas centralista, que daría la impresión de que prefiere las muletas de la derecha que de la izquierda.

Por su parte IU sigue dando respuestas equivocadas a preguntas erróneas. Parecía en 2013 que habían aprendido las lecciones de 1996, cuando la pinza de Luis Carlos Rejón, plasmación práctica de la teoría de las dos orillas de Anguita, llevó al despeñadero a la formación de izquierdas. Pero no. La lección no se había socializado, y ni por parte de las bases ni por parte de la dirigencia habían aprendido algo. Abrazar al oso, es decir al PSOE, es peligroso. Pero abstenerse de hacerlo o pactar con el cazador aún lo es más. La irrupción de PODEMOS, y una dirigencia y militancia más pendiente de los odios que de las oportunidades, ha impedido rentabilizar en términos electorales ha sido una buena gestión política.

Pero sobre todo, lo que ha quedado claro es que para construir una alternativa eficaz al PSOE en Andalucía hay que aceptar dos hechos: que el 28 de febrero fue un éxito colectivo del pueblo andaluz y que por mucha corrupción que pueda haber, la gestión de 32 años de autogobierno no puede reducirse a cuatro hechos paródicos (corrupción, redes clientelares, mediocridad y atraso). Porque además de ser falso, es un insulto a la inteligencia y/o a la dignidad de quienes durante décadas ha sostenido un gobierno del PSOE. Con esos argumentos no se puede esperar el voto de quienes han vivido los mejores años de la historia de Andalucía. Con esas descalificaciones no puedes esperar los votos a los que acusas de haber permitido un escenario de terror.

¿Cuál es mi opinión sobre lo que deberían hacer los partidos políticos con representación en el Parlamento de Andalucía? Cumplir el mandato del pueblo andaluz. El PSOE gobernar, por mucho que su secretaria general pueda tener la tentación de provocar unas nuevas elecciones. Y al resto de partidos, permitir el gobierno de Susana Díaz mediante la abstención de todos los grupos parlamentarios de la oposición. Esta sería, por lo tanto, mi deseo racional.

Pero no puedo negar que lo que me pide el cuerpo son nuevas elecciones. Nadie está a salvo de sus propias miserias emocionales. Ni la pobre pitonisa de Bechtel ni un servidor.

domingo, 12 de abril de 2015

Ralf Dahrendorf y la necesidad de la socialdemocracia


A finales de los noventa, por motivos que bien valen otro post, terminé reunido con José Manuel Romay Beccaría en su despacho del Ministerio de Sanidad. Y tuvo la gentileza, cosa que no me ha ocurrido nunca, de regalarnos a los asistentes a la reunión un ejemplar de Reflexiones sobre la revolución en Europa de Ralf Dahrendorf.

No tenía, ni tengo, una opinión política formada sobre él, más allá de su militancia en un Partido Político que en nada me siento reflejado. Pero sí me pareció muy atractivo en sus formas y en el detalle poco usual de regalar un libro que no era edición de la administración que dirigía ni que a priori suponía un proselitismo partidario hacia la formación del entonces presidente José María Aznar.

Y leí el libro que me descubrió un pensador muy atractivo, Dahrendorf, por más que en muchas ocasiones no comparta sus opiniones y razonamientos. Pero lo que más me quedó adherido a mis recuerdos de aquel libro fue una afirmación que he utilizado en este blog, cuando afirma que si el capitalismo es un sistema, debe ser combatido con la misma intensidad con que tuvo que ser combatido el comunismo. Y lo he recordado mucho en estos años porque he llegado a la conclusión de que el sistema capitalista que conocemos como neoliberal trabaja incansablemente para convertirse en un sistema en sí mismo, muy alejado de la sociedad abierta que defendía el pensador anglo-alemán.

Por cuestiones del destino, tras la búsqueda de documentación y libros que tengo depositados aquí y allá, en casas de familiares por culpa de una vida algo viajera, recientemente he recuperado aquel ejemplar, y lo he vuelto a leer, con igual o mayor fruición que la primera vez, como quien visita a un viejo amigo y descubre que a pesar de los años pasados sigue sin defraudar.

Y releyéndolo me he encontrado con pasajes e ideas que no recordaba, pero que a los cuales los más de quince años que han pasado desde su primera lectura le han dado un significado que yo no conseguí percibir entonces.

Reflexiones sobre la revolución en Europa tiene como subtítulo Carta pensada para un caballero de Varsovia que, como explica el propio pensador, era un trasunto y guiño al publicado en 1790 con el título Reflexiones sobre la revolución en Francia. Carta enviada a un caballero de París del inglés Edmund Burke. Las reflexiones de Dahrendorf era su análisis de los vertiginosos sucesos acaecidos en Europa tras la caída del muro del Berlín y el desmoronamiento del imperio soviético, a partir de 1989.

Desde su particular visión, recuerda en el texto su anuncio años antes de que “los partidos socialdemócratas de toda Europa no se hallaban en muy buen situación, y que aquellos que mejor estaban, como los de España o quizá de Italia, no era exactamente socialdemócratas” para concluir que “abogar por una sociedad decente ya no bastaba para el electorado de las sociedades avanzadas” y preguntarse “a qué se debía ese cambio de suerte de la fuerza política dominante durante un siglo”. “La respuesta más sencilla es: la victoria” afirmaba Dahrendorf. Una victoria que llevaba a nuestro autor a afirmar que “Entonces, todos éramos socialdemócratas y en muchos aspectos todavía lo somos”.

Y Dahrendorf comienza a describir de forma muy interesante la evolución que llevó a la socialdemocracia a su perdición:

La creación de una amplia mayoría compuestas por quienes podían satisfacer muchas de sus aspiraciones dentro de las condiciones existentes –una clase mayoritaria- transformó a los partidos socialdemócratas o bien en una fuerza protectora, por no decir conservadora, o bien en una fuerza prescindible, o en ambas cosas. El surgimiento de una clase mayoritaria (llamad a veces “clase media”, aunque el concepto se vuelve equívoco ante la ausencia de una clase alta que dé el tono y una cohesionada clase trabajadora) significó, sobre todo, que la tradicional base social de la socialdemocracia se había desvanecido. La clase trabajadora había decepcionado a sus líderes intelectuales; a diferencia de lo que éstos habían supuesto, no era en verdad una fuerza social particularmente progresista, sino una fuerza que buscó tanto la “ley y el orden” como el progreso económico y social, y cuyos miembros estaban, a fin de cuentas, complacidos por alcanzar dichas metas para sí mismos y para sus familias, sin importarles nada los demás. El conflicto de clases se transformó en movilidad social individual. […] A medida que se desarrollaba el proceso, la clase trabajadora no sólo perdió su cohesión, sino que además comenzó a encogerse. Surgió una nueva clase media de empleados de oficina, y aunque su posición en el mercado parecía similar a la de los obreros, ellos nunca se vieron a sí mismos como una parte del proletariado. El paso de la producción de bienes a la prestación de servicios redujo la clase obrera industrial a una minoría cuya condición social ya no pude ser caracterizada como oprimida o desdeñada”.

Si la victoria de la socialdemocracia dejó a la misma sin la clase social que había justificado su nacimiento (y por lo tanto su propia legitimidad), y abrió las puertas de par en par al neoliberalismo (que se ha convertido en la ideología y la praxis económica-política de éxito desde los años 80 del siglo XX), debemos aceptar la posición inversa.

Con el neoliberalismo, que ha dinamitado en gran medida todo el andamiaje político, social y económico de la socialdemocracia que había permitido la disolución de la clase trabajadora, han regresado las condiciones que permitieron el nacimiento de esta última. La victoria del neoliberalismo devuelve a la socialdemocracia su valor como ideología que, como afirmaba Dahrendorf, combina “democracia y planificación”, “libertad económica y control de la demanda”, “elección individual y redistribución”, en definitiva “libertad y justicia”.
          
Y ello porque al contrario que Marx y Engels, la socialdemocracia comprendió que el Estado lejos de ser el “cuerpo que administra los intereses comunes de la clase burguesa”, tenía que ser el instrumento que tiene la ciudadanía para reparar las injusticias del capitalismo. Por eso, frente al Estado mínimo del neoliberalismo y el no Estado del anarquismo, hay que recuperar el Estado al servicio del conjunto de la sociedad que propugna la socialdemocracia.

lunes, 6 de abril de 2015

Marchena, o el paradigma de no entender el turismo



Este año los “capillitas”, esa fauna no necesariamente católica, no necesariamente española, no necesariamente de derechas, han estado de en hora buena. La Semana Santa que finalizó ayer domingo lo hizo con un sol espléndido y unas temperaturas, más que primaverales, veraniegas de junio. Cielos despejados, naranjos en flor, y noches frescas que ponían un telón magnífico al rito de muerte y resurrección que no deja de tener su atractivo.

Pero las procesiones de Semana Santa van mucho más allá de las grandes ciudades de Andalucía. Con pequeñas o grandes diferencias, los más de 800 municipios de nuestra Comunidad viven la pasión, muerte y resurrección de Cristo, con su punto de impiedad, con su punto de paganismo, con su punto de herejía. De ahí que la Junta de Andalucía declarara en 2006 a todas estas procesiones Fiestas de Interés Turístico.

Por eso, estos días de Semana Santa se convierten en una oportunidad magnífica para acercarse a algunos de esos pueblos de campilla o sierra, de costa o montaña, que habitualmente los capitalinos solo observamos desde la lejanía de las rondas de circunvalación de nuestras autovías.

Marchena es uno de esos pueblos, lo bastante alejado de las grandes arterias como la A92 o la A4, pero con un pasado esplendoroso para que hoy sea una localidad ideal para el turismo, una distancia perfecta, ni demasiado cerca ni demasiado lejos, del conurbano sevillano que aloja a más de un millón de habitantes, y un patrimonio rico que sin estar magníficamente conservado (mal de todo el patrimonio medieval andaluz) tiene elementos más que sobresalientes como antigua corte ducal de los Ponce de León y una edad contemporánea lo suficiente desigual para haber dejado hermosas casas de la burguesía agraria del siglo XIX y principios del XX.

Fueron estas razones, junto a mi pasión por el marchenero Lorenzo Coullaut Valera, escultor de los monumentos de Becquer de Sevilla y Cervantes de Madrid, y el extremeño Francisco de Zurbarán, los que me movieron a proponer a mis sobrinos visitar esta localidad el pasado Jueves Santos. Porque Coullaut Valera tiene su museo en la localidad que lo vio nacer, y la Iglesia de San Juan conserva una espléndida colección de nueve Zurbaranes que no se han movido de allí desde que llegaron en 1637.

Pero imagina cual fue nuestra sorpresa, desagradable por lo demás, cuando al llegar nos encontramos con una localidad cerrada a cal y canto por ser festivo. El museo de Coullaut Valera cerraba el Jueves y Viernes Santo y el Domingo de Resurrección. Es decir, los días más señalados para el turismo nacional. Y en cuanto al Museo de Zurbarán, para visitarlo hay que concertar aunque, eso sí, es de carácter gratuito.

Ante la imposibilidad de visitar ambos espacios museísticos, decidimos recorrer la localidad con la esperanza de ver algunas de sus iglesias en uno de los momentos álgidos del catolicismo popular, cuando las iglesias se llenan de fieles o simple admiradores de la retórica barroca de los cuerpos dolientes y las escenas de la Pasión de los pasos de misterio y de palio. Porque Marchena tiene buenos ejemplos de iglesias gótico-mudéjar y barrocas, desde la parroquiales de San Juan y Santa María, hasta las conventuales de San Andrés y Santa Clara. Pero el pasado Jueves Santo sólo tuvimos la oportunidad de visitar la capilla de la Veracruz y los dos pasos preparados para hacer penitencia aquella noche.

Claro que pasear por Marchena es siempre un placer, por sus calles de cuidadas casonas, algún que otro palacio y restos de su muralla medieval y de su alcázar, muchos de estos edificios perfectamente identificados por unas más que correctas señalizaciones bilingües castellano-inglés. Y eso hicimos, antes de almorzar en un mesón de la calle de las Torres.

Marchena representa el paradigma de la falta de entendimiento de qué es el turismo y para qué sirve. Porque no se trata de que un número indeterminado de forasteros se den una vuelta por las calles de una localidad y que lo único que dejen tras su paso sea la contaminación de los gases de combustión de sus vehículos.

El cuidado de sus calles, las señalizaciones, la existencia de tres museos y una oficina de turismo en Marchena son señales de que las autoridades municipales, provinciales y autonómicas aceptan la importancia del turismo para la creación de riqueza en los pequeños y medianos municipios andaluces, la mayoría con un gran patrimonio histórico y monumental.

Pero los museos, iglesias y centros de información cerrados en días festivos nacionales y autonómicos muestran que no han entendido que el turismo debe ser la excusa para posibilitar que el visitante gaste lo máximo posible con la mayor satisfacción posible. Todo monumento que por su valor histórico, artístico o etnográfico sea susceptible de ser mostrado al público debe estarlo los días en los que los y las forasteras pueden visitarlos, con pagos de entrada bien obligatorios, bien voluntarios como ocurre en el British Museum. Si no hay recursos para personal asalariado, seguro que pueden existir fórmulas novedosas de gestión con la participación de voluntarios culturales y/o parroquiales.
         
Y la información hasta llegar a los mismos debe planificarse no para el vecino sino para las y los forasteros que llegan a la localidad sin haber puesto nunca el pie en la misma.

En Marchena no hay señales adecuadas para llegar hasta el centro de la villa según se viene desde la A-92 por la A-364, situación que imagino similar si se llega por la misma desde Écija, o por la A-380 desde Carmona. Si se consigue llegar hasta el Arco de la Rosa o Puerta de Sevilla, deberían existir paneles informativos junto a los aparcamientos existentes que orienten al turista, o incluso mejor, una oficina de información turística en ese mismo lugar, porque para llegar a la actual, en la torre de la calle Manuel Rojas Marcos, hay que ir preguntando.

En esa oficina de información, que debería estar necesariamente abierta sobre todo los sábados, domingos y festivos nacionales y autonómicos, debería ofrecerse información suficiente de la oferta monumental y gastronómica, la cual además debería estar organizada de forma que el turista fuese tentado a permanecer el mayor tiempo posible en la localidad, ya que a mayor tiempo, mayores posibilidades de consumo y de gasto.
           
Nosotros al menos nos quedamos a almorzar y además de disfrutar de un precioso y soleado día de primavera en una hermosa villa, pudimos hacer algún gasto que repercutiera en la riqueza del municipio. Pero la verdad, nos lo pusieron difícil.

domingo, 29 de marzo de 2015

McCarthy ha vuelto



Desde pequeñito he tenido claro la diferencia entre hablar y ser un chivato. Pero para la mayoría de los niños y de las niñas, el “teorema del chivatismo” es la primera piedra que sustenta la grandiosa arquitectura de los sistemas sociales. Por más que luego te lean el cuento del Traje Nuevo del Emperador, ya se ha insertado en nuestra psique que el silencio es la mayoría de las veces el comportamiento no sólo más rentable sino incluso ético.

Callar ante una injusticia es la mejor forma de no señalarte. Y los españoles lo aprendimos a sangre durante siglos. No señalarte como judío ni moro, no señalarte como protestante, no señalarte como afrancesado ni como liberal, no señalarte como rojo o demócrata. Sobreviven los que callaron, y ese gen se ha ido convirtiendo en mayoritario entre la población española. Callar ante la arbitrariedad, el abuso, la injusticia se ha convertido en una virtud patria. Así se explica, más que cualquier pacto o atadura, que los ignominiosos crímenes del franquismo permanezcan aún en silencio.

Recientemente leí que el nieto de Luis Martín Bermejo no se enteró hasta los años 70 que su abuelo no había muerto en la mina de Río Tinto como le habían contado desde pequeño sino asesinado en 1936 por participar en la columna minera de Río Tinto, que pretendían ayudar a detener al genocida Queipo de Llano en la ciudad de Sevilla. Porque también su familia, víctima de una represión terrible, había aprendido que callar era la mejor forma de sobrevivir.

Ese aprendizaje de siglos mantiene secuestrada a la ciudadanía española bajo el tiránico principio de no señalarse. Y por eso, el artículo de Mercedes de Pablos en El Correo de Andalucía, titulado Humillaciones, supone un aldabonazo a nuestras conciencias, al negarse a callar, a no señalarse.

Porque en Andalucía estamos viviendo un marcartismo terrible. Durante los últimos años se están produciendo la violación sistemática de muchos de los derechos procesales a los que creíamos tener derecho. Y como ocurrió en Estados Unidos en tiempos de Joseph McCarthy, con gran aplauso de medios de comunicación, líderes de opinión y, fundamentalmente, con el aplauso atronador y el silencio cómplice de la sociedad andaluza.

Y eso que muchos en voz baja lo vienen diciendo, incluso se han atrevido a recogerlo en artículos citando a fuentes anónimas. Pero pocos se han atrevido a señalarse y a afirmarlo en primera persona como José Joaquín Gallardo, decano del colegio de abogados de Sevilla, y la periodista Mercedes de Pablo. La detención de 16 responsables y ex responsables de la Junta de Andalucía de los últimos días ha sido arbitraria y desproporcionada. Pero es que además es un paso más en un proceso de Estado Policial al que nos están llevando con la excusa de la lucha contra la corrupción.
             
Hoy todavía muchos aplauden en público y en privado las instrucciones judiciales de la jueza Alaya. Otros muchos las censuran con su silencio. Pero casi todos lamentarán dentro de unos años haber callado tanto. Pero entonces, ya será tarde.

sábado, 14 de marzo de 2015

La deshora de Andalucía.


Dentro de siete días, la cita electoral en Andalucía marcará el inicio de un año político lleno de fascinación, aunque sólo sea por el morbo de las combinaciones gubernamentales que pueden deparar parlamentos muy fragmentados, al menos en una proporción desconocida desde 1978.

Una cita electoral de ámbito autonómico que, una vez más, es mucho más que la elección del gobierno de la Comunidad más poblada del país y la segunda más extensa. Porque, para qué engañarnos, desde la Constitución Española del 78, el voto de Andalucía ha conseguido modelar el Estado con una profundidad que en la historia de nuestra tierra sólo es comparable con el levantamiento de Riego en Cabezas de San Juan en 1820 y la batalla del Puente de Alcolea en 1868.

Y si algo llama la atención en la Andalucía política desde el regreso de la democracia a España tras los infaustos años del totalitario ex general Franco, es la estable mayoría conseguida por el PSOE durante más de 35 años, que le ha permitido mantener el gobierno de la Comunidad Andaluza desde la creación de la Junta pre-autonómica encabezada por el tangerino Plácido Fernández Viagas. Una mayoría que ha sido objeto de un ataque constante tanto por la derecha como por la izquierda del PSOE, argumentalmente descrito en la supuesta existencia de un régimen basado en el clientelismo político, sobre todo en los pequeños y medianos municipios de Andalucía.

Pero lo que realmente me llama la atención es que tan pertinaces mayorías durante décadas, algunas absolutas, sólo haya generado desde el ámbito estatal una pléyade de descalificaciones y escasos análisis rigurosos que expliquen esta anomalía política electoral en el conjunto de la Nación.

Y achaco esta dinámica a la mirada histórica absolutamente colonial y xenófoba de las élites estatales, en convivencia con las élites regionales, hacia la realidad andaluza. Educadas en un tradicional desprecio a lo andaluz, caricaturizada su esencia en el más funesto de los tópicos, las dirigencias políticas nacionales a la derecha y a la izquierda del PSOE, el establishment económico de Madrid, Barcelona y Bilbao, y la burocracia intelectual de las grandes universidades e instituciones académicas solo encuentran explicación al cerril entorpecimiento a sus deseos y sus proyecciones, en la ensoñación de un supuesto neo-caciquismo engrasado por los fondos europeos, el PER y los EREs.

Ni siquiera el voluntarioso ejercicio de análisis de uno de los más destacados filósofos españoles del pasado siglo, José Ortega y Gasset, pudo escapar de esa mirada despectiva y chauvinista al escribir aquello de que “ser andaluz es convivir con la tierra andaluza, responder a sus gracias cósmicas, ser dócil a sus inspiraciones atmosféricas”.

Tan apresurados han sido sus análisis que ni siquiera han caído en la cuenta que a pesar de ser Andalucía un territorio claramente identificado y auto-identificado desde hace siglo como un todo, carece de las más elementales instituciones que en cualquier parte del mundo se consideran necesarias para constituirse en pueblo: un lengua propia, un religión específica, instituciones políticas particulares o al menos un territorio homogéneo étnica o geográficamente.

Tan condicionados por sus prejuicios coloniales y xenófobos que no han caído en la cuenta que, como afirma el profesor Juan Fernando Ortega Muñoz, el elemento fundamental que identifica a lo andaluz no es una etnia, ni una tradición, ni un folclore ni unos orígenes mitológicos. Es algo mucho más profundo, vigoroso y pertinaz: una filosofía de vida que puede seguirse desde Séneca a María Zambrano, pasando por Maimónides y  Averroes. Un estoicismo vital convertido en urdimbre que cose a poblaciones de usos lingüísticos dispares, folclores distintos, instituciones propias diferentes, incluso Historias separadas durante siglos.

Tan inaprensible ha sido para el resto de la Nación el carácter de lo plenamente andaluz, que han tenido que reducirlo a lo meramente folclórico o lo directamente paródico. Esta incapacidad alcanza su mayor cota en aquel que por su formación y capacidad debería haberlo conseguido, y que se despachó tan ricamente con la siguiente sentencia: Mientras otros pueblos valen por los pisos altos de su vida, el andaluz es egregio en su piso bajo: lo que se hace y se dice en cada minuto, el gesto impremeditado, el uso trivial…

Tampoco ahora esas mismas élites llegan a comprender por qué el PSOE se ha erigido en el partido andaluz, sobre todo en los pequeños y medianos municipios de la Comunidad.

A partir de 1978 varios hechos independientes se coadyuvaron para crear la conciencia de que el PSOE era el partido del pueblo andaluz. Más por demérito de los demás partidos que por méritos propios, más por decisiones aparentemente intrascendentes que volitivas, pero que unidas han ido tejiendo esa convicción en amplias capas de la sociedad andaluza.

No poco contribuyó que el partido hegemónico en España a partir de 1981 estuviera liderado, no por uno, sino por dos andaluces, Felipe González y Alfonso Guerra. Aunque andaluces habían sido algunos de los jefes de Estado o de Gobierno en los últimos doscientos años (Narváez, Salmerón, Primo de Rivera, Alcalá Zamora) siempre habían sido contemplados como elementos de las élites locales subordinadas a los intereses de las élites madrileñas. Era la primera vez que dos “descamisados” andaluces conseguían llegar a las más altas magistraturas de la Nación. La reacción de las élites de la derecha era la previsible, y tirando de manual, comenzaron a reírse de sus acentos, de sus particularidades andaluzas.

Otro hecho que vino a reforzar esa identificación del PSOE como partido del pueblo andaluz fueron los errores del entonces Partido Socialista de Andalucía, actualmente Partido Andalucista. El primero fue la funesta decisión del PA tras las municipales de 1979 de cambiar su supremacía en algunas ciudades andaluzas por la alcaldía de Sevilla para Luis Uruñuela.

El otro fueron los acuerdos a los que llegarían tras las generales de 1979 el PSA con la UCD entorno a la consecución de la autonomía andaluza, acuerdos que fueron utilizados por el PSOE para desgastar al partido nacionalista y que la oposición del partido de Suárez a la vía rápida y su solicitud de abstención (con el injurioso lema de “Andaluz, este no es tu referéndum”) certificó la traición en la mente de muchos andaluces y andaluzas.

Estos dos hechos, junto a otros de menor entidad, descalificaron al PA para convertirse en el partido nacionalista de Andalucía, comparable al PNV, CIU e incluso ERC, hasta convertirlo en un partido extra parlamentario. El espacio emocional dejado por el PA fue rápidamente ocupado por el PSOE en el imaginario colectivo.

El triunfo del PSOE en las elecciones autonómicas de mayo de 1982 y en las generales de octubre del mismo año, unió los significativos avances producidos a partir de ese momento en Andalucía a las políticas socialistas. Avances que si fueron importantes en todo el país, en Andalucía fueron especialmente significativos, y aún más en las medianas y pequeñas localidades.

Territorios históricamente castigados, empobrecidos, desbastados, aislados y masacrados por la Guerra Civil y por la emigración durante el franquismo, empezaron a disfrutar de políticas que ayudaron a fijar las poblaciones rurales, a dotar de recursos a sus ayuntamientos, a industrializarse, a mejorar su agricultura y a elevar a niveles inimaginables la salud, la educación y las pensiones.

Pero han sido dos los elementos que han consolidado desde los ochenta la identificación del PSOE como el partido de Andalucía. Por una parte, la especial capacidad mostrada por los y las socialistas para adaptarse a los tiempos cambiantes y reactualizar ese discurso. Y por otra parte, la incapacidad de la derecha y de la izquierda proveniente del PCE para crear un discurso nuevo en contra del PSOE, alejado de los discursos tradicionales que han sido utilizados por las élites madrileñas para atacar y despreciar lo andaluz.

Ese fue el gran error de la “pinza andaluza” de Rejón y Arenas en 1994, expresión parlamentaria de la teoría de las dos orillas de Anguita, y que fue vivida por una amplia parte de la ciudadanía andaluza como una reedición de los acuerdos de la UCD con el PSA, lo que devolvió la mayoría suficiente al PSOE en 1996. Y también lo fue el uso del término de “régimen” utilizado por el PP de Arenas a finales de los 90. Porque atacar al PSOE con argumentos que recordaban a los utilizados desde hacía siglos para descalificar lo andaluz, era atacar a Andalucía y al derecho conseguido por los andaluces el 28 de febrero de 1981.

Y en la actualidad, el discurso de las supuestas redes clientelares tejidas por el PSOE en estos 35 años tropieza en la misma piedra, ya que en la mente de muchísimos andaluces tiene la misma música del caciquismo que sí sufrió esta tierra. Como lo son las afirmaciones del catalán Albert Rivera diciendo que van a enseñar a los andaluces a pescar, o del madrileño Carlos Monedero afirmando que ellos van a venir a Andalucía a barrer debajo de las alfombras. Son discursos especialmente desacertados si lo que se pretende es la alternancia necesaria en el gobierno de la Junta de Andalucía.

Alguien tan poco sospechoso de apoyar al PSOE como José Chamizo en una entrevista de esta misma semana, a la pregunta sobre si creía que en Andalucía quedaba algo del espíritu andalucista que se vivió en la manifestación de 1977, respondió: “Queda mucho. Yo participé en aquella manifestación en Algeciras. Estaba de vuelta ya de Roma. Era diácono, daba clases de Ecumenismo en el Seminario y aún no había sido ordenado sacerdote. Insisto en que queda mucho del sentimiento andaluz, pero sobre todo en los pueblos. La esencia andaluza está en los pueblos. En la ciudad es distinto, las maquinarias de las ciudades lo engullen todo. Pero conozco bien todos los pueblos de Andalucía, los he visitado entre una y tres veces cada uno, y puedo decir que Andalucía y su bandera están muy presentes. He visto a vecinos sacar sus banderas andaluzas de los armarios el 28 de febrero.

Lo que condiciona el voto mayoritario del PSOE, sobre todo en los pequeños y medianos municipios de Andalucía, no son las supuestas redes clientelares, sino la íntima y profunda convicción de que el PSOE sigue siendo, 35 años después, el partido que mejor defiende lo andaluz.

Y esa es la gran tragedia de la hora actual de Andalucía. Que no existan partidos con opciones de gobierno que puedan despojarse de un discurso colonial y xenófobo para ofrecer una alternancia real al PSOE.