viernes, 18 de enero de 2013

Cuarenta años antes


Recientemente recordé un dicho expresado habitualmente en mi familia que decía que la educación de un niño comienza cuarenta años antes de su nacimiento. Posteriormente he escuchado reducido a la mitad los años en que comienza la formación de una persona, pero me quedo, como suele ser habitual, con la expresión oída en la más tierna infancia. ¿Qué significa que la educación de un niño comience cuatro décadas antes de su nacimiento? Pues sencillamente que su inicio hay que retrotraerlo a la educación de sus abuelos.

Como muchos refranes, éste atesora una intuitiva pero fértil verdad, que se traduce en que los efectos de cualquier política educativa hay que evaluarla mucho después de aplicarse, dos o tres generaciones más tarde. De igual manera, explica los dispares resultados educativos con un esfuerzo inversor similar en distintas familias y territorios.

Si observamos los resultados de estudios que valoran los resultados educativos, podemos observar que generalmente son aquellas Comunidades Autónomas donde desde antiguo la tierra ha estado más repartida, donde existía una clase media campesina, como la denominaba Blas Infante, donde las familias tenía recursos y tiempo para dedicarlos a la educación, al estudio, a la lectura, son las que mejores datos obtienen cien, doscientos, trescientos años después.

Infante, en su discurso ante el Ateneo de Sevilla en 1915, que después se conocería como El Ideal Andaluz, lo describía con sencillez pero con mucha fuerza: Son los que tienen tiempo y recursos para trabajar y recrear su espíritu. Son los granjeros, que después de trabajar, comen, y después de comer, leen.

Es precisamente ese leer, el nivel educativo de las familias, los temas que se tratan en el hogar, la riqueza de vocabulario utilizado por los padres, los libros que leen y a los que tienen acceso los miembros de una familia, los responsables fundamentales de la creación de un fondo cultural que, décadas después, condicionará la educación de los niños.

Por eso son terriblemente injustas las críticas hacia la eficacia de la escuela pública, en las que en el fondo podemos observar un resabio clasista, como la propia existencia de la escuela privada financiada con fondos públicos, ya que dualiza el sistema por la inevitablemente (a pesar de que las leyes educativas intentan evitarlo) concentración, en muchos lugares de nuestra geografía, de los niños de las clases medias en estas escuelas, mientras los hijos de la inmigración y las clases obreras con menores niveles de renta, educación y formación, se terminan concentrando en la escuela pública.

Por ello, soy de la firme opinión que el Estado debe financiar exclusivamente la escuela pública, prohibiendo taxativamente la desgravaciones fiscales para aquellas familias que escolarizan a sus hijos en cualquier escuela privada.

jueves, 17 de enero de 2013

Ocurrió en Andalucía

Ayer me desperté escuchando las noticias de protestas de unas decenas de pueblo de Castilla La Mancha por el cierre del servicio de urgencias. Casualmente, a las 09:09 horas de esa misma mañana tenía concertada una cita con mi médico de cabecera del seguro de salud que tengo contratado, estando su consulta a un par de cientos de metros de mi domicilio.

Desde hace unos cuantos años, para pedir cita con mi médico no tengo obligatoriamente que desplazarme hasta su consulta o llamar por teléfono, sino que puedo hacerlo por Internet, así que hace una semana, antes de acostarme, me aseguré que me atendería el día que me venía bien.

Tras un buen desayuno, en eso no he perdido las buenas costumbres, y la consabida ducha matinal, me dirigí a su consulta. En el edificio, de líneas modernas, confortable, muy luminoso, adecuadamente calefactado, hay varias consultas médicas.

Todo estaba muy tranquilo, apenas había gente. En la recepción del amplio zaguán de la planta baja una persona era atendida, y un par esperaban junto al ascensor.

La de mi doctor está en la primera planta y subí como siempre por la escalera. La zona de espera es amplia, diáfana, con una enorme cristalera que da al patio de acceso al edificio. El diseñador eligió para la decoración el blanco para paredes y carpintería, que se volvía crema en la solería. En los paramentos, además del rótulo del doctor, se exhiben copias de grabados antiguos de la ciudad. Las sillas de cortesía de madera laminada, contrastan con su tono oscuro la luminosidad de la sala.

Siempre puntual, llegué a las 08:48 horas, y pregunté a las dos personas que habían sentada cual era la hora de su cita. El caballero me respondió que le habían citado para las 08:50 horas, y la señora me dijo que a ella le habían citado para las 09:00 horas. Dos minutos después, el paciente que estaba siendo atendido por mi doctor, abandonó la consulta y el médico salió a la sala de espera preguntando por el caballero. Mientras esperaba, me puse con mi tablet a revisar mi correo electrónico.

Sobre las 09:06 horas, el caballero abandonó la consulta y el doctor volvió a salir para recibir a la señora, que rápidamente entró en la misma. Pero debió ser poca cosa, porque a las 09:11 horas salió junto al doctor, quien me recibió amablemente. La consulta de mi médico de cabecera no es muy amplia pero sí funcional. En primer lugar está su mesa, donde atiende al paciente. Detrás, una elegante mampara de cristal al ácido corona un murete de media altura divide la habitación, tras el cual se esconde la camilla y diverso material médico. La pared del fondo no llega hasta el techo, ya que una lámina de cristal permite que entre la luz del patio trasero del edificio. En la pared de mi izquierda está la puerta que comunica la consulta con la de su colega, una doctora a la que conozco y me ha tratado en alguna ocasión.

Tras atenderme tan cordial  y profesionalmente como siempre, mi doctor de cabecera me informó que la medicación recetada iba grabada en la tarjeta sanitaria que me suministró mi seguro de salud, pero me entregó un informe impreso con instrucciones para consumirlos con seguridad. Y a las 09:20 horas estaba abandonando la consulta.

De camino al trabajo me paré en una farmacia, entregué mi tarjeta sanitaria y amablemente me dispensaron la medicación. Pagué el costo de los medicamentos sin recargos ni euros sanitarios, y me dirigí a mi trabajo.

Mi seguro de salud se llama Servicio Andaluz de Salud, y ocurrió en Sevilla.

martes, 15 de enero de 2013

No se esfuercen en hacerme chavista


El primer twitter leído esta mañana versaba sobre la invectiva contra EL PAIS por su información sobre el chavismo, afirmando que en comparación, LA RAZÓN parecía de centro moderado. Esta diatriba me ha llevado a reflexionar sobre el efecto Chávez y su auge como referente para una parte significativa de la nueva izquierda patria.
      
Mi primer recuerdo político sobre Chávez se remonta a casi dos décadas atrás, cuando en una reunión con amigos de Málaga, algunos latinoamericanos, debatían sobre lo que Hugo Chávez podría aportar a la liberación a los países australes del subcontinente. Se trata, por lo tanto, de un político al que sigo la pista, sin demasiado interés también es cierto, desde antes que fuese elegido presidente de la República, hoy apellidada Bolivariana, de Venezuela, en 1999. Pero en mi círculo, no precisamente indiferente a la cosa pública, Hugo Chávez pertenecía a ese universo de líderes extranjeros sin interés, que pululan por las páginas de internacional de nuestros diarios.
       
De hecho, ni siquiera en el famoso incidente de la XVII Cumbre Iberoamericana de 2007, cuando el mandatario venezolano interrumpió al presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, lo que provocó el famoso por qué no te callas real, Hugo Chavez pasó de ser ese estrambótico personaje vestido de rojo más objeto de chanza que de alabanza.
       
Pero ha sido hundirnos en la crisis económica, y yo diría política, más grave desde la Guerra Civil, para que muchas personas de mi entorno busquen referentes alternativos al neoliberalismo que nos ha dejado hecho unos zorros, encontrando, entre otros, al presidente venezolano. De personaje estrambótico ha pasado de esta forma a ser considerado una referencia política para muchos desde la izquierda.
      
La antigua indiferencia se ha convertido en una insistente tormenta argumental para convencer, urbe et orbi, de las bondades y el liderazgo chavista, anatematizando a cualquiera que se resista a comulgar con dichos principios, con el mayor de los denuestos.
         
Pues no. Reconociendo a Hugo Chávez ciertas virtudes políticas y democráticas, considerando que el presidente venezolano atesora ciertos valores de progreso, admitiendo que las fuerzas neoliberales planetarias no tratarán en ningún caso con simpatía a un personaje que se dedica a meter palitos en la maquinaria política, económica e ideológica de los seguidores de Milton Friedman, no creo que la personificación del chavismo sea ese líder al que debemos mirar para buscar una solución en nuestro mundo.
         
Y no sólo porque muchas de sus propuestas y praxis políticas no me convencen en absoluto, sino además porque siempre he sentido una manifiesta repulsión hacia el culto a la personalidad que parece cultivar con cariño el líder venezolano, tanto hacia Simón Bolívar como hacia él mismo. Soy profundamente reticente a aceptar cualquier ditirambo laudatorio de cualquier persona, con la sola excepción del amor filial, paternal y conyugal. Por ello, las manifestaciones populares de amor al líder, esos lloros fotografiados y emitidos por sus correligionarios, esas muestras de fe tan caras al chavismo, no pueden dejar de producirme un claro rechazo.
         
No me gustan las manifestaciones patrióticas norteamericanas entorno a la bandera y sus héroes, no me gustan los lloros ante las imágenes en Semana Santa, y no me gustan los rezos colectivos por la salud de Hugo. Nunca fui franquista ni felipista; no soy monárquico ni católico; por favor, no se esfuercen en hacerme chavista.
         
Nota aclaratoria: La fotografía la facilita “amablemente” la web http://www.noticias24.com, de clara filiación chavista.

domingo, 13 de enero de 2013

Por qué el PSOE es necesario. Respuesta a Víctor Alonso Rocafort


En un interesante y recomendable artículo del blog Zona Crítica, del diario publico.es, titulado Por qué no nos sirve el PSOE, Víctor Alonso Rocafor (doctor en ciencias políticas por la Universidad Complutense y profesor de Teoría Política en la Universidad de Alicante y en la Universidad Autónoma de Madrid), publicado este fin de semana, afirmaba que El peso del aparato, de la jerarquía, de la cultura política asumida en su seno, de nuestra propia memoria, es tal, que resulta imposible valerse de ese partido para ningún objetivo de la izquierda. Y terminaba diciendo Así que gentes del PSOE, échense a un lado o aproxímense a título individual y sin dobleces, la izquierda real de este país quiere unirse y pide paso.

Pero que recomiende su lectura no signifique que comparta todas y cada una de sus afirmaciones y menos, naturalmente, su conclusión.

Sí comparto su análisis de que, a partir de la Transición, la dirigencia del PSOE asumió una cierta lógica neoliberal. Y yendo más lejos que el señor Alonso, incluso creo que suscribió una suerte de contrato social neoliberal que ahora ha demostrado su falsedad.

Pero describe de forma tan paródica treinta y cinco años de historia, que no puede uno menos que concluir que lo que sobra en pasión le falta en solidez intelectual. Porque al negar, como hace el señor Alonso, avances no solamente socialdemócratas sino verdaderamente socialistas en estas tres décadas resta credibilidad a su análisis.

El señor Alonso parece comenzar la historia de la actual dirigencia del PSOE a partir de 1982, aunque por honestidad intelectual debería retrasarla al menos hasta principios de los años 70. La actual Constitución debe mucho a la izquierda marxista (PSOE y PCE), y con todos sus fallos y limitaciones, supuso una verdadera ruptura con el pasado franquista. Dio a los españoles el derecho a tener derechos.

Y es que, además, fueron los gobiernos de Felipe González, del cual siempre he sido muy crítico, los que por primera vez, desde el 18 de julio de 1936, dieron dignidad a millones de ciudadanos, reconociéndoles, de hecho, derechos como la sanidad, las pensiones, y la educación que les lleva aún hoy a seguir considerándose felipistas. Durante años escuché que el PP lo habría hecho igual. Ahora tenemos la prueba empírica de que no.

A lo largo de su artículo, el señor Alonso parece empeñado en presentar al PSOE de la forma más siniestra con expresiones como fue más duro aún que el PP al abordar la inmigración, o han sido años de miedo a la derecha desde la derecha, al punto que un foráneo podría llegar a la conclusión de que con AP primero, y luego con el PP, nos habría ido mucho mejor a los ciudadanos de este país. Todo ello le lleva a concluir que el PSOE, si alguna vez lo fue, ya no sirve a la izquierda.

En este blog he dejado muestras más que palpables de mi rechazo a muchas de las actuaciones de la dirigencia del PSOE, incluso afirmando que el problema no llega en 2008, ni que la llegada de Rodríguez Zapatero fuese una ruptura sino que se trató de una continuación de la deriva del Partido iniciada en el XXVIII Congreso en 1979.

Asimismo, he afirmado en varias ocasiones, como en el post Qué quiere ser el PSOE de mayor que la actual dirigencia del PSOE, heredera del Congreso Extraordinario de 1979, debe explicar a nuestro electorado un relato coherente de lo sucedido y sin paños calientes. Necesita escuchar claramente que se reconoce que el Partido se ha equivocado, que ha permitido desmanes como los de las cajas de ahorros, la política urbanística y los mercados desregulados. Y que la política de privatizaciones ha traído algunos efectos negativos. Las matizaciones y los juicios históricos deben quedar, aunque sea en ocasiones injusto, para más adelante. Después, reconocer que la dirigencia que se ha equivocado no puede aspirar a seguir dirigiendo el proyecto socialista, aunque sí apoyar los y las nuevas compañeras que asuman la gestión.

Pero lo que se empeña en obviar el señor Alonso es que más allá de la dirigencia del PSOE, más allá de los y las socialistas organizados entorno al partido de Pablo Iglesias, existe un socialismo sociológico real, que siendo profundamente democrático, de izquierdas y crítico, sigue confiando en el PSOE como solución desde la izquierda.

Hace unos meses, el dirigente del IU, Pedro Vaquero, lo explicaba muy bien en su post Votaría cogobierno cuando afirmaba desde IU y desde los movimientos sociales y sindicales se califican las actuaciones de los gobiernos del PSOE como neoliberales o social-liberales, y con razón. Pero pese a eso, tozudamente la sociología del voto sigue demostrándonos que la gente de la calle sigue votando al PSOE porque le considera de izquierdas; moderada, sí, pero izquierdas. ¿Se equivoca la gente? Seguro, al menos desde el punto de vista de la “izquierda real”. Pero incluso a esta “izquierda real” le interesa escuchar a la gente, que se equivocar en la caracterización del PSOE-A, pero no en lo que quiere hacer con su voto.

El PSOE es un partido necesario para la izquierda porque representa una opción real de la izquierda plural de España. Creo sinceramente que si el desapareciera, cosa que a estas alturas del devenir de la historia electoral española no me sorprendería, su electorado no votaría a una opción que hiciera leña del árbol caído del PSOE. Dentro del legítimo debate ideológico, no debemos escandalizarnos el intentar desalojar a fuerza de argumentos al que consideramos nuestro oponente y rival. Pero desde cualquier opción de izquierda con aspiraciones a gobernar es un error querer hacerlo negando la mayor al PSOE, su esencia de izquierda.

O peor que un error. Una estupidez.

sábado, 12 de enero de 2013

Culpables y víctimas



Uno de los primeros post que escribí en este blog, titulado “¿El culpable? ¿O un culpable?”, plasmaba una de las cuestiones que más desasosiego emocional me produce ante un hecho luctuoso: empatizar con el sufrimiento de la víctima hacia el culpable declarado, ya sea por su familia, los medios, la policía o la justicia.
      
Esto me ha pasado siempre, incluso en hechos tan espantosos como la desaparición de la adolescente Marta del Castillo o de los niños Ruth y José Bretón, cuando casi todos muestran una certeza absoluta sobre los autores de los hechos pero en los que las pruebas que se aportan me parecen más circunstanciales que definitorias.

En aquel post de 2009 recordaba el caso de James Bain, condenado por violación, pero que 35 años después se demostró su inocencia gracias al ADN. Hoy traigo a colación el tema por la noticia publicada por elmundo.es sobre el caso de Ismael M.T.

Según la noticia publicada, Ismael “reconoció en el juicio que a las 3.15 horas de la madrugada del 22 de noviembre de 2010 rompió el cristal de un coche detenido en un semáforo de la calle Albañiles de Sevilla y amenazó con un cuchillo de grandes dimensiones a las dos mujeres que lo ocupaban”. Por su parte, las víctimas “reconocieron al condenado, primero mediante fotografías y luego en rueda de identificación, según recuerda el TS.

El caso estaba claro: había habido un delito, se había identificado fuera de toda duda al culpable, y éste incluso había admitido su culpabilidad en el juicio. Estoy seguro que las dos mujeres se sentirían muy tranquilizadas tras la sentencia, y la mayoría de las personas que tuvieron noticias del hecho se sentirían más confiadas sabiendo que Ismael no volvería a delinquir durante una temporada.

La sorpresa viene cuando el Tribunal Supremo anula la condena, ya que “las pruebas definitivas de ADN demostraron que la sangre hallada en el lugar del robo no pertenecía a Ismael, que ninguna otra persona había sangrado en el coche y además la Policía identificó con dicho ADN a un nuevo imputado, Carlos G.R., contra quien se han abierto nuevas diligencias.”

Es decir, las víctimas había convertido en víctima a un delincuente inocente, mientras el verdadero autor de los hechos seguía delinquiendo libremente. Alguno podría alegar que Ismael era de todas formas un delincuente y que sin duda merecía pasar un tiempo en la cárcel.

Pero el hecho es que si con una identificación del supuesto culpable por parte de las víctimas y el reconocimiento de culpabilidad del supuesto criminal el tribunal falló injustamente, ¿qué certeza moral podemos tener ante casos mucho más complejos, donde no existen pruebas periciales claras y cuya secuencia temporal está llena de dudas razonables?

Las víctimas necesitan consuelo y reparación, de eso no hay duda. Pero ¿es lícito ofrecer como sacrificio a un culpable cualquiera en vez al verdadero culpable?

viernes, 11 de enero de 2013

El palio de la Encarnación


Miguel P., un amigo doble (del mundo real y del ciberespacio) colgó recientemente en su perfil de facebook una fotografía del cartel de la asociación de comerciantes del centro de Sevilla AlCentro, subvencionado por el ayuntamiento de la ciudad, para promover las compras navideñas en esa zona. Cartel que rápidamente provocó la hilaridad y los comentarios mordaces de los que habituales de su muro. Porque, como se puede ver, el cartel tiene su enjundia: las famosas Setas de la Encarnación de Sevilla, llamado en su origen germánico Petropol Parasol, sirviendo de pesebre al niño Jesús.
          
Para los que no tienen la dicha ni el placer de vivir en tierra de María Santísima, hay que recordar que el proyecto del alemán Jünger Mayer H fue elegido en 2004 tras un concurso internacional de ideas, cuyo tribunal estuvo compuesto por un jurado de lujo [integrado por los rectores de las universidades de Sevilla y Pablo Olavide, Miguel Florencio y Agustín Madrid, Alejandro Zaera, autor de la terminal del puerto de Yokohama, en representación del Colegio de Arquitectos, el estudio suizo Herzog & De Meuron y el japonés Toyo Ito, ganador del premio Pritzker], y dos jornadas de conferencias abiertas al público de la ciudad, una el 19 de abril y la otra el 11 de junio de aquel año, organizadas por la Gerencia de Urbanismo del Ayuntamiento de Sevilla en la Fundación El Monte, sin olvidar la Exposición de todas las propuestas presentadas que tuvo lugar previamente en la logia del Ayuntamiento.
    
A pesar de lo ejemplar del proceso (abierto a la participación y contando con un jurado que aunaba capacidad intelectual y prestigio internacional), en cuanto el artefacto arquitectónico comenzó a cobrar cuerpo, la sevillanía comenzó su campaña de acoso y derribo que posiblemente le costó las elecciones al PSOE en 2011. Durante estos años, hemos tenido que leer y escuchar los anatemas más incendiarios contra el proyecto, tanto de labios de las más señeras élites ciudadanas abonadas al síndrome Romero Murube y como de muchos de los y las vecinas adoctrinadas en una imagen inmovilista de la ciudad. Al punto que temí por la integridad del edificio, parcialmente construido con madera, especialmente en los momentos en que los y las sevillanas se entregan con fruición a divertimentos ardientes, como en Semana Santa y las festividades futboleras del SCF y el RBB.
    
Pero una vez concluido e inaugurado el edificio, una vez tranquilizada la caverna con la épica victoria de Juan Ignacio Zoido en las elecciones municipales de 2011, y transcurriendo un tiempo prudencial, la antigua ira ante lo nuevo se está convirtiendo en sosiego costumbrista de lo de toda la vida de dios, y las Setas van convirtiéndose en el icono que se pretendía. Y el cartel de marras es parte de esa normalización del hecho setero en el espíritu de la ciudad que tanto defendió Romero Murube.
            
Por eso la afirmación, en ese intercambio jocoso de comentarios sobre el cartel, de Antonio A. (un cosmopolita como solo puede serlo un jerezano apátrida, amigo común y residente a muchos cientos de kilómetros de la capital andaluza, pero experto en la sevillanía por haberla vivido durante su etapa universitaria), de que antes que después, la Setas serían llamadas en la ciudad el Palio de la Encarnación, me pareció genial.
       
E incluso me atrevo a aventurar que las generaciones venideras de la sevillanía afirmarán que el proyecto fue cosa de la alcaldesa Soledad Becerril (PP) y terminado por Juan Ignacio Zoido (PP). Y si no, al tiempo.

miércoles, 9 de enero de 2013

Malditas feministas

Cuenta mi padre la anécdota de que en su infancia, tras la guerra, los niños de su clase de los Agustinos en Ceuta, empezando por él mismo, estaban convencido que los rojos tenían rabo y cuernos, no como metáfora sino anatómica y físicamente real.
           
Muchas veces recuerdo esta anécdota cuando leo el uso del término feminista como la mayor de las descalificaciones, desde el ex primer ministro italiano, señor Berlusconi, que ha calificado de feministas y comunistas a las juezas de su divorcio, hasta la actitud despectiva del señor Cantó, diputado por UPYD en su post Entre Feministas, pasando por el inigualable e insustituible obispo-cómico de Córdoba, señor Fernández, y su feminismo radical. En sus bocas, la palabra feminista adquiere un sabor terroso, áspero, desagradable, que por asociación nos lleva a pensar ¡malditas feministas!
     
Porque lo que ha cambiado de la dictadura genocida del felón ex general Franco (expulsado de la carrera militar por el Tribunal Supremo) a nuestra actual democracia es que hemos sustituido a judíos, masones y marxistas por las mujeres que se expresan como mujeres libres. Si el marxismo puso en peligro los caudales de los poderosos y su dominio social, el feminismo hace algo aún más peligroso: pone fin a su dominio en el tálamo conyugal.
     
Este temor llevó incluso a homosexuales como Jacinto Benavente a manifestar una clara hostilidad haca el feminismo, al extremo de rechazar la invitación del Lyceum Club a participar en una charla, con el argumento de que él no hablaba a tontas y a locas. Y la estrategia está teniendo mucho éxito, cuando mujeres inteligentes como Ana María Matute realizan declaraciones despectivas sobre el feminismo, como pudimos ver el pasado día 4 de enero en el programa Imprescindibles de Televisión Española.
     
Contra la imagen prefabricada que se ha impuesto, el feminismo no pretende la revancha, ni convertir a las mujeres en hombres ni eliminar la individualidad de cada ser humano. Como durante la dictadura fascista con el marxismo, lo que se pretende es demonizar el feminismo, un revival del infantil eso no, caca, aunque terminará por fracasar, ya que el feminismo lo que proclama es la igualdad real de todos y todas.
     
Para mí, el feminismo es la última y más verdadera lucha heroica por la justifica social, y por ello las feministas, que el imaginario popular las muestran como mujeres feas, camioneras, depresivas o rencorosas, tienen mi más sincero respeto y admiración.
    
Las feministas no son tontas, ni locas, ni feas ni resentidas: son grandes mujeres que luchan por ti y por mí. Y también por el señor Berlusconi, el señor Fernández y el señor Cantó. Aunque aún no se han enterado.