sábado, 20 de febrero de 2010

Aznar, el Grande

Sostiene mi docto maestro, que José María Aznar debió sufrir mucho en la escuela. Su baja estatura, su voz aflautada, ese labio paralizado, le convertiría en el aznarreír, digo hazmerreir de los chavales de su colegio. Y su natural carácter no le ayudaría precisamente: osco, callado, rencoroso. No sé si mi docto maestro tiene o no razón. Pero lo cierto es que el Aznar adulto, el que nos gobernó durante ocho años, y el que nos divierte de vez en cuando desde 2004, se proyecta sobre nosotros como le niño Aznar imaginado por mi docto maestro: soberbio pero ridículo, pretencioso pero ignorante, déspota pero emocionalmente débil.
Si el Aznar adulto poco tenía de bueno para el conjunto de la nación, tenía todo lo necesario para sus partidarios. Como Hitler y Franco, es bajito y tiene bigote; como Hitler y Franco, contra todo pronóstico fue capaz de organizar a los suyos en un eficaz aparato político; como Hitler y Franco, no ha sabido irse a tiempo.
Podemos imaginar que José María Aznar se soñó como un Alejandro, como un Julio Cesar. Su gran obra, la llegada democrática, por segunda vez en un siglo, de la derecha española al gobierno de la Nación, se culminaría con un mutis por el foro a lo grande: no volviéndose a presentar a un tercer mandato. Sobre el papel, el gesto era espectacular. Un soberbio que en un acto soberbio despreciaba soberbiamente al poder y cual Carolus Imperator se retiraría a su Yuste particular, la Fundación FAES. Pero, como ya adelantó Shakespeare, somos un triste juguete del destino. Y los hados no habían preparado a José María Aznar la despedida triunfal que esperaba. En vez de trompetas tonantes le despidieron el ruido de las explosiones de Atocha; en vez de una alfombra roja, empañó su despedida la roja sangre inocente de 191 víctimas del terrorismo de Al Qaeda.
Si el destino ha sido injusto con José María Aznar solo se sabrá dentro de cien años, cuando plumas menos implicadas emocionalmente en nuestro presente reescriban los años que nos ha tocado vivir. Pero lo cierto es que el 11-M a José María Aznar, y con él a los diez millones de los votantes del PP, las explosiones de aquel día le produjeron un verdadero trastorno por estrés postraumático (TEPT).
¿Qué significa el TEPT en la vida de una persona? Según el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales, las personas que lo han sufrido pueden padecer, entre otras, incapacidad para recordar un aspecto importante del trauma, sensación de desapego o enajenación frente a los demás, irritabilidad, sobresaltos y sensación de un futuro desolador, pesimismo. Algunos de estos síntomas lo podemos observar entre el electorado del PP. Leyendo los foros de muchas de sus webs y de periódicos como EL MUNDO o EXPANSION, viéndolos manifestarse por cualquier cosa, aunque sea peregrina, o escuchándoles en sus conversaciones, un número significativo de votantes del Partido Popular muestran una gran irritabilidad, solo exponen los pensamientos más pesimistas (España se rompe, España se hunde), y piensan que los socialistas les odian y quieren acabar con ellos.
José María Aznar comparte muchos de estos síntomas. Rotas por las bombas sus aspiraciones de retiro glorioso, se embarcó en una cruzada contra el mundo. Con un tono muy irritable ataca y descalifica a su sucesor en el gobierno de la Nación. Y cual jinete del Apocalipsis va anunciando el fin del mundo por think tank, universidades y tabloides.
El gesto en la Universidad de Oviedo en una señal más, y sus palabras también. Es cosa de los tiempos, que yo personalmente deploro, que los ciudadanos convertidos en populacho increpen de forma maleducada ya sea a un político, a un detenido o a otro ciudadano que ha tenido la desfachatez de expresar su libre opinión. Pero muchos políticos de nuestro país lo han sufrido (¿ya no recuerdan las agresiones físicas de simpatizantes del PP al señor Bono durante una manifestación?) y todos tuvieron la educación, la prudencia o la astucia de contenerse sin dar una respuesta airada. Pero José María Aznar ya no puede contenerse. Su ira, su irritabilidad, su soberbia se lo impide.
Ya tenemos cuatro ex presidentes del gobierno, esos “jarrones chinos” de los que hablaba uno de ellos, y sólo a José María Aznar le hemos escuchado despotricar cual portera de patio de vecinos, tanto dentro como fuera del país, sobre su sucesor.
Posiblemente Azar se soñó como el Grande. Lamentablemente quedará para la historia como el mezquino resentido que siempre fue.

viernes, 12 de febrero de 2010

Enajenación nicotinera

Javier Marías me gusta tanto como columnista como me deja frío como novelista. Sigo sus entregas semanales de EL PAIS SEMANAL con verdadera fruición. La mayoría de las veces coincido con él, y cuando no lo hago son siempre en sus escritos más flojos. ¡Que voy a decir!.
Pero habitualmente LA ZONA FANTASMA, su sección, es una píldora que ayuda a pensar, como su texto del pasado fín de semana UN EJERCICIO DE COMPRENSIÓN. Marías es poco amigo de las prohibiciones, y salta como un resorte ante muchas de las iniciativas que se ponen en marcha desde las instituciones, ya sea la política sobre tabaco, ya sea las iniciativas parlamentarias contra las corridas de toros. A mí, que ni fumo ni me gusta la supuesta “fiesta nacional”, también me cuesta emocionalmente dar el visto bueno a este tipo de medidas. Pero hay una reflexión que si me gustaría compartir contigo tras la lectura de su último artículo.
Más allá de la ponderación de sus argumento, Marías comparte con muchos fumadores la opinión de que cualquier iniciativa contra el consumo de tabaco, que no su prohibición, es arbitraria ya que de preocuparles realmente a las autoridades el efecto de cualquier sustancia sobre la salud estarían también en contra de la contaminación, por ejemplo. En palabras de Javier Marías “Si nos ponen fotos espantosas en las cajetillas, que las pongan también en todo el resto, incluyendo las de obesos inmovilizados en muchos productos alimenticios. Si no lo hacen, quedarán como hipócritas, además de como fanáticos y supresores de las libertades”.
Ya he dejado dicho en otro post que en España si no defiendes de forma verbalmente agresiva tu posición parece que eres cómplice de algo o de alguien. Pero la respuesta agresiva de Marías y otros muchos fumadores y fumadoras va más allá de una cuestión de estilo.
Mi reflexión va en el sentido que la adicción al tabaco es como a la de cualquier otra droga. El drogodependiente reacciona de forma agresiva no solo a la supresión de la sustancia sino también a la amenaza de quitársela. Como los alcohólicos, los adictos a la nicotina primero niegan su adiccion, luego la justifican y por último se esconden. Como los alcohólicos, esconden la botella, se perfuman el aliento pero de ninguna manera aceptan de forma voluntaria que esa adicción les está destrozando física y emocionalmente.
Los argumentos de cualquier persona emitidos bajo estas circunstancias podrían no ser fruto de un pensamiento racional sino estar secuestrados por su propio deseo de recibir su dosis diaria de droga. Como el personaje de Gollum en EL SEÑOR DE LOS ANILLOS, cualquier acción se justifica a los ojos de un fumador para conseguir su ración de nicotina diaria. Aunque sea para finalmente caer en el magma ardiente que les lleva directamente a la muerte.
De ser cierta mi hipótesis (no es siquiera una opinión) Marías y otros muchos fumadores, deberían reflexionar hasta que punto sus opiniones son objetivas o el resultado de una adicción de la que no pueden escapar.

martes, 9 de febrero de 2010

A perro flaco...

Aunque vaya a hablar, entre otros, del sr. Aznar, con lo de perro no me refiero a él, sino al popular dicho español “a perro flaco todo se le vuelve pulgas”.
En algún otro post ya he comentado mi opinión sobre España en el mundo. Sinceramente no creo que España esté sufriendo un complot internacional, entre otras cosas porque sería suponer a los “internacionales” una inteligencia que discuto. Pero sí es cierto que España tiene un problema, y gravísimo, de imagen. Pero esto no es nuevo. Si podemos aprender algo de las relaciones internacionales españolas desde su configuración como potencia continental, allá por los reyes Fernando e Isabel de Trastamara, son dos cosas: que somos el saco donde sacude todo el que es algo en el mundo, y que la sociedad española lo sirve en bandeja.
Castigada desde el siglo XVII a ser mera comparsa de otras naciones, generalmente de Francia, ocasionalmente de Inglaterra, atenazada por una Iglesia Católica que impedía cualquier avance técnico y científico, y adobada por el gusto popular español del aquí-te-pillo-aquí-te-mato, la nación española aceptó su expulsión de la gobernanza global hasta el punto de ser neutrales en las dos Guerras Mundiales. Por esto, la España democrática y desarrollada ha llegado tarde al reparto del mundo. Y hacerse un sitio supone dar codazos a troche y moche, pisar callos y desalojar a los que están cómodamente sentados en sus sillones.
En este sentido, recuerdo algunos episodios especialmente significativos desde la Transición. Por ejemplo, la Guerra del Fletán durante un gobierno González. Muchos vieron en aquella agresión canadiense una respuesta del mundo anglosajón al soterrado debate español para competir con Canadá su sitio en el G-7 tras superarlo en el PIB. Tras aquel secuestro, no se volvió a plantear la cuestión. O la reacción furibunda de Italia, en un gobierno Aznar, ante cualquier intento de compra de sus empresas por parte de alguna española, bien telecos, bien autopistas, justo cuando España estaba a punto de superar en PIB a Italia, lo que la ponía en entredicho como cuarta economía europea.
Cualquier estrategia para pararnos los pies es buena. Reeditar la leyenda negra para dar la impresión de que en España no es posible asegurar los derechos humanos; seguir insistiendo en nuestro carácter festivo pero poco serio para evitar reconocer que somos una competencia tecnológica en el mundo; calificarnos de cerdos (PIGS) con gran alegría de muchos de nuestros conciudadanos ya que ven en ello gasolina contra el gobierno de la Nación; etc.
España no es China, ni en población ni en territorio, ni Brasil o Indonesia en recursos. España es un pequeño país en el mundo, a penas 500.000 kilómetros cuadrados y 45 millones de habitantes, sin recursos naturales atrayentes y con mala prensa desde la “leyenda negra” que nos regaló la Inglaterra anglicana.
Creo firmemente que la política exterior de los gobiernos democráticos españoles ha ido siempre en el sentido de conseguir abrir ese espacio: primero González, con la entrada en la Comunidad Económica Europea y vertebrando la Conferencia Iberoamericana; luego Aznar, con la experiencia amarga de su antecesor ante la falta de apoyos, buscando el tutelaje de Estados Unidos; por último, Rodríguez Zapatero, regresando a la vieja Europa y buscando la complicidad de las naciones en desarrollo con la Alianza de Civilizaciones.
Pero todas se han saldado con el mismo fracaso: cuando hay confrontación, todos prefieren dejar caer a España. Ahora lo estamos viendo con la expeculación de los mercados. Más allá de los hechos objetivos, los prejuicios cuasi raciales e históricos “engrasan” las decisiones en contra de nuestro país.
Por esto, creo que la hay varios desafíos a los que enfrentarse. Primero, que los españoles, incluidos aquellos que no se sientan tal (por que si mal lo llevamos siéndolo peor sería ir por el mundo de catalán, vasco, andaluz o gallego), debemos saber que es realmente España en el mundo (una potencia de tipo mediano, con sus fortalezas y sus debilidades), y aceptar que nadie nos va a regalar nada ni nos va a dejar un hueco de forma graciosa. Cada palmo que conquistemos deberá ser con sangre, sudor y lágrimas.
Segundo, que las críticas que aquende la frontera son necesarias y patrióticas, dichas o difundidas allende la frontera serán utilizadas en contra nuestra y se transformarán en antipatrióticas.
Tercera, que por el mundo hay que ir en grupo como los anglosajones, la francofonía, los BRIC, etc. pero no en los que nos incluyan los demás (como los PIGS). Parece que lo más razonable y fácil es crear un grupo con lo más granado de los hispanoparlantes, un grupo tipo MECCA (Mexico, España, Colombia, Chile y Argentina).
Quiero finalizar este post con una reflexión. ¿Prestarías dinero a un amigo que te lo pidiera si desde meses antes el hermano de tu amigo te hubiera insistido una y otra vez que es un manirroto, un mal pagador, malgastador, etc.? Posiblemente no. Por eso no debe sorprendernos si el “mercado”, es decir, un grupo de gestores de grandes patrimonios (generalmente blancos, racistas, de derechas, anglosajones y protestante) que llevan cinco años escuchando a un expresidente del gobierno de España, despotricar del actual presidente en las Universidades, en los think kanks, etc., llegan a la conclusión que es una mala idea confiar en España y en cambio un buen negocio especular en su contra.
Este es el mejor ejemplo para ilustrar lo que no se debe hacer en política exterior. Claro que antes debería advertir que en cualquier caso el rencor mezquino es el peor de los asesores. Aunque te “revienten” una despedida triunfal.

miércoles, 13 de enero de 2010

¿Prohibiría operar de cáncer a un niño porque es menor de edad?

La noticia de la operación de cambio de sexo de un menor en Barcelona ha provocado de nuevo un aluvión de opiniones en muchos foros de los medios de comunicación de este país. Leyéndolos con detenimiento, mi conclusión es que la ignorancia sobre el hecho transexual es mayoritaria en nuestra sociedad.
Para muchos y muchas, el cambio de sexo queda reducido a un capricho estético que en modo alguno debe ser financiado por la sanidad pública.
Hace algunos meses publiqué un post sobre la transexualidad en este blog, por lo que no me extenderé sobre lo que es la disforia de género. Pero sí me gustaría recordar que ayudar a las personas transexuales a vivir socialmente de acuerdo con el sexo que sienten es la única respuesta terapéutica que hoy por hoy puede ofrecer la ciencia médica. Las personas transexuales no diagnosticadas o no tratadas tienen un alto grado de sufrimiento. Históricamente este sufrimiento les ha llevado a un alto grado de trastornos mentales y su exclusión social. En una sociedad como la nuestra, donde el acceso a la salud es un derecho universal, privar a las personas transexuales de la única terapia conocida además de ilegal sería inmoral.
Una vez diagnosticada la disforia de género la gran pregunta es si someter a la persona transexual a una operación de reasignación, o cambio de sexo. No todas las personas transexuales quieren o pueden operarse. Pero es cierto que cuanto más joven es la persona que se somete a esta operación, mejores son los resultados en su calidad de vida.
Por eso, el debate abierto sobre la edad de la persona que se somete a una operación de reasignación es absurdo. Cuando un médico diagnostica una enfermedad de un paciente mayor de 16 años, éste tiene la última decisión de someterse al tratamiento que le ofrece la ciencia médica. Si es menor de 16, serán los padres quien lo decida.
Si a una persona de menor de edad se le diagnostica un cáncer ¿tiene lógica aplazar una operación quirúrgica necesaria hasta que cumpla los 18 años? Evidentemente no. Incluso existiendo riesgo para la vida del menor, los padres apostarán por ello.
¿Por qué entonces dificultar el acceso a un tratamiento terapéutico cuando está recomendado por el personal médico cualificado? La respuesta es sencilla. Nuestra sociedad aún no se ha librado de 1.700 años de oscurantismo sexual.

viernes, 8 de enero de 2010

Tertsch el Reaccionario

El periodista Hermann Tertsch, empleado en TELEMADRID, afirmó hace algunas semanas en su programa lo siguiente: “Y les aseguro que si yo puediera matar a quince o veinte miembros de Al Qaeda por liberar a nuestros tres compatriotas lo haría sin la menor duda”. La frase ha quedado oculta tras la polémica suscitada entre el sr. Tertsch y la cadena LA SEXTA por las parodias realizada en el programa EL INTERMEDIO entorno a su afirmación. Pero realmente la frase merece un estudio pormenorizado.
El ámbito en el cual el periodista Hermann Tertsch expresó dicha frase, un medio público de comunicación y durante un programa de noticias, impide considerarlas como una gracieta. Debemos aceptarla como una expresión firme, consciente y premeditada, que se corresponde realmente con su opinión.
En ella, el sr. Tertsch llega a afirmar que de tener ocasión (Y les aseguro que si yo puediera) llegado el caso (por liberar a nuestros tres compatriotas) no dudaría (lo haría sin la menor duda) en convertirse en un asesino (matar a quince o veinte miembros de Al Qaeda).
A pesar de su indignación por considerar que en el programa EL INTERMEDIO se le acusó cuatro veces de asesino, lo cierto es que el que se define como asesino es el propio Tertsch. La muerte intencionada de una persona en manos de otra, sino es por resolución judicial, es un asesinato. El que ejecuta un asesinato es un asesino. Hermann Tertsch afirmó que si puediera asesinar a quince o veinte personas lo haría, y solo pone una condición, que fuera por liberar a tres compatriotas secuestrados.
Aunque en el fondo debemos considerarlo un exabrupto, ya que viendole la cara nadie es capaz de imaginarse al sr. Tertsch asesinando ni a un mosquito.
¿Pero cual es realmente el pensamiento político del sr. Tertsch? Está claro que un post como éste y un autor como el que escribe, son insuficientes para analizar y produndizar en su pensamiento político, por falta de espacio por un lado, y falta de competencia por otro ya que no soy un compedio de filósofo, politólogo, antropólogo y psiquiatra como requeriría el caso.
Pero en el ABC de hoy tenemos una muestra del mismo, cuya lectura recomiendo encarecidamente. Citando a Bolz y Broder en un artículo de opinión, clama, entre otras cuestiones, contra el “pensamiento débil” que considera que debemos ser forzados a la igualdad por el bien de una sociedad supuestamente homogénea y sentimentalmente satisfecha con los dogmas de la religión del igualitarismo.
Primero parte de un hipótesis que con buen criterio “científico” considera innecesario comprobar: que la izquierda ha apostado por el igualitarismo como ideología. Luego, dan contenido a esa supuesta ideología, que en este caso es la que “que obliga a sus miembros desde la infancia a adaptarse al nivel del peor”.
“Pensamiento Blandy Bloo” lo llama mi docto maestro. El igualitarismo no es la ideología de la izquierda. El igualitarismo es una estrategia para promover las condiciones sociales necesarias para que todos tengamos realmente las mismas posibilidades. Es cierto que, por ejemplo en la educación, una insuficiente financiación impide a los centros educativos a ofrecer una educación a medida de cada uno de sus miembros. Pero el error no es pretender compensar las carencias del más desfavorecido, sino la falta de recursos en una “dictadura” de la bajada de impuestos.
El sr. Tertsch sigue desnudándose ya que afirma que uno de los mayores males del igualitarismo es “Porque estrangula la formación de elites y así la movilización de la sociedad en el progreso real” ¡Toma, toma, toma!, como diría Borja. Está claro que la apuesta del sr. Tertcsh es por las élites de toda la vida de dios. Por aquello de San Agustín, imagino, que el poder viene siempre de lo alto.
Pero debemos aceptar que el sr. Tertsch es también un humorista genial, ya que en este artículo afirma que “Ni puede equipararse a la cultura democrática occidental, que surge de la idea cristiana de que toda vida humana es un valor supremo” ¡el mismo que está dispuesto a matar a quince o veinte miembros de Al Qaeda! ¡Ay, señor, pero cuanto sentido del humor tiene este muchacho!
Aunque la afirmación que más me ha sorprendido, divertido, preocupado y aclarado es la siguiente: “Pero ya sabemos que éste [Tocqueville] era un puñetero aristócrata francés que merece estar más olvidado aún que Montesquieu”. ¡Arrea!, si quitamos a Montesquieu y a Tocqueville de en medio lo que nos da es el regreso al Antiguo Régimen. Es decir, el regreso ideológico al Imperio, los Reyes Católicos, el ¡Santiago y cierra España!. ¿Les suena? Hace cien años lo denominaban pensamiento reaccionario. Hace cincuenta, pensamiento fascista.

jueves, 7 de enero de 2010

El reto de la Diversidad

La biodiversidad como estrategia para la sostenibilidad, las políticas para promover estrategias que acaben con los monocultivos en la agricultura, la negativa de los matrimonios consanguíneos, etc, nos señala que en el mundo la diversidad en general se considera un valor positivo. Pero en cambio, en el seno de la sociedad la diversidad humana provoca inseguridad.
Afirmar que nuestras ciudades, pueblos y barrios son cada día más diversos es una obviedad. En nuestras poblaciones se entremezclan ciudadanos y ciudadanas de todo el país, de Europa y del resto de continentes. Es cierto que en España este fenómeno es muy nuevo, al contrario que en ciudades como Paris o Londres en las cuales desde hace más de 100 años la mezcolanza de razas, credos e ideologías las convirtieron en faros de civilización durante todo el siglo XX.
Primero la Inquisición, que eliminó cualquier posibilidad de diversidad religiosa, luego la lacra de nuestras guerras civiles (carlistas y franquistas)que dificultó la diversidad ideológica, y por último nuestra pobreza como nación tras la pérdida del imperio, que hizo poco atractivo nuestro país para generar corrientes inmigratorias, nos convirtió en una “rara avis” en Europa. Hasta nuestra vecina Portugal ha tenido tradicionalmente mayor diversidad étnica que nosotros.
La actual eclosión de diversidad social en España es el producto lógico de nuestro éxito como país. La libertad religiosa y política obtenida tras la transición así como el crecimiento económico de los últimos 25 años, nos ha convertido en una meta para todas aquellas personas que quieren vivir mejor y con mayor libertad. En este sentido, ya no tenemos nada que envidiar a países que otrora eran paradigmas de libertad, bienestar y respeto.
Pero la ciudadanía española no se ha preparado para este logro. Es natural que lo diferente, lo desconocido, provoque miedo, ansiedad, rechazo. Y este natural sentimiento es el que ha sacudido a los y las vecinas del barrio obrero sevillano de San Jerónimo, paradigma histórico por su capacidad de asimilación de la diversidad y la solidaridad entre sus miembros en los largos años oscuros del franquismo y la pobreza.
El desencadenante ha sido la posibilidad, que hoy por hoy parece descartada, de ubicarse en sus suelos una mezquita para atender a la población musulmana de la Macarena. Fijar el debate en mezquita sí, mezquita no, es un error del que solo salen beneficiados los más extremistas. Estoy seguro que todas las manifestaciones y concentraciones realizadas en los últimos meses, a favor o en contra del templo musulmán ha congregado mayoritariamente a buena gente, ciudadanos trabajadores que quieren seguir viviendo en un barrio obrero, tolerante y respetuoso con sus diferencias.
Pero los extremistas de ambos lados están queriendo sacar réditos políticos atizando la fácil hoguera del miedo a la diferencia o a la homogenización. La diversidad es buena para nuestro país. Mejora nuestra compresión del mundo, facilita a nuestros jóvenes experiencias fundamentales para competir en un mundo global, atrae a gente con iniciativa y otras perspectivas, y oxigenan, en definitiva, nuestras sociedades y nuestras mentes.
Claro que ello requiere una apuesta decidida por las políticas públicas, mejorando la red sanitaria y escolar, creando servicios de mediación en conflictos y atemperando los naturales miedos a lo desconocido. Cerrar los ojos a maniobras de los extremistas a la vez que se pide a gritos bajadas de impuestos que harán imposible estos servicios es el mayor de los cinismos.

miércoles, 6 de enero de 2010

Nadie dijo que luchar no fuera peligroso

La vida de Gandhi, a pesar de su lucha no violenta, no fue sencilla. Pasó hambre, destierro, prisión. Cuando una persona toma la decisión de luchar por sus derechos o los derechos de los demás debe asumir que esa lucha puede tener graves consecuencias personales. Aún más, cuanto más riesgo supone su lucha, más valor tiene.
Porque, ¿que mérito tiene acabar con un régimen tiránico, con el tráfico de armas o el hambre en el mundo si se resolviese con un mando a distancia desde el sofá de casa?
Por eso, en los últimos tiempos tenemos dos ejemplos de personas que decidieron luchar asumiendo un importante riesgo personal: la activista saharagui Aminatu Haidar y el ecologista Juan López de Uralde.
El envite tiene sus riesgos. La lucha de Aminatu Haidar, para ser creible, debía ser a vida o muerte. La lucha de los y las activistas de GREENPEACE, para convencer, deben asumir que con sus actos pueden terminar con los huesos en la cárcel.
Afortunadamente para Haidar, el Reino de Marruecos no “aguantó” la presión internacional y tuvo que permitirle regresar a su país, el Sahara Occidental, aunque ahora la mantenga en un ilegal arresto domiciliario. Desafortunadamente para López de Uralde, la otrora democracia envidiada del Reino de Dinamarca ha mostrado una mayor intolerancia que el Reino de Marruecos y lo mantiene en prisión en condiciones de una dureza injustitifcable para un país de los que englobamos como desarrollado.
Y si criticamos al Reino de Dinamarca no es por encarcelar a López de Uralde, sino de aprobar leyes represivas que lo han permitido, ya que el dirigente de GREENPEACE era consciente del riesgo de su acto y sabía que podía terminar en la cárcel tal y como ha ocurrido.
En el otro extremo del compromiso moral de la lucha lo encontramos en una cada vez más desorientada jerarquía católica. Acostumbrados a la luchas de sacristía y de las discusiones absurdamente bizantinas, el portavoz de la Conferencia Episcopal Española, Martínez Camino, amenazó “a los políticos que apoyen la nueva ley del aborto que se convertirán en "pecadores públicos" y, por lo tanto, no podrán comulgar”. Pero si el envite de Haidar y López de Uralde era sincero, exponiendo ambos su integridad física, la de Martínez ha carecido de autenticidad. La jerarquía católica, sin arriesgar nada en lo personal, es incapaz de llevar hasta el final sus amenazas. Y por eso los diputados, diputadas, senadoras y senadores católicos podrán seguir comulgando a pesar de haber votado a favor de la nueva Ley. Por ello, el colegio episcopal español debería aprender mucho de López de Uralde y Haidar, los verdaderos apóstoles de la dignidad.