viernes, 18 de diciembre de 2009

¿El culpable? ¿O un culpable?

Hoy se ha conocido la noticia de la puesta en libertad de James Bain, un ciudadano norteamericano condenado por el secuestro y violación de un niño de nueve años en 1974, y que 35 años después las pruebas de ADN han demostrado que no fue la persona que cometió tan brutal agresión.
Estoy seguro que este caso, que se une al menos a 245 personas solo en Estados Unidos, generará un nuevo debate sobre los sistemas jurídicos y penales de nuestras democracias occidentales.
Pero a mí me interesa sobre todo la parte de la víctima, el niño violado y su familia. Estoy seguro que cuando en 1974 el menor identificó al muchacho de 19 entre las cinco fotos de posibles sospechosos que les mostró la policía, su familia respiró tranquila. El horrible criminal ya estaba localizado, sería detenido y nunca más volvería a hacer algo semejante. Pero treinta y cinco años después, se confirma que el autor del crimen sigue libre, y que seguramente ha violado, y puede que matado, a más niños. ¿Qué sentirá esa familia?
Podemos hacer conjeturas. Una que se me ocurre es la negación de la prueba de ADN. Seguir convencidos que Bain es culpable puede ser tranquilizador: el culpable fue localizado y condenado, y en todo caso es ahora cuando hay que enfadarse por su puesta en libertad.
Otra hipótesis es que acepten los resultados de las pruebas de ADN y descubran horrorizados que el verdadero criminal no fue localizado ni juzgado. La última que se me ocurre es que a estas alturas de la historia, les da igual: la necesidad de resarcirse de una desgracia ya estaría saciada con la condena de un hombre, culpable o no.
Muchas veces me he preguntado cuando veo a la familia de una víctima imputar a una persona como el autor del crimen y exigir su condena, bajo el curioso argumento de “hacer justicia”, si lo que buscan es el culpable del crimen o a un culpable del crimen. Especialmente en los casos difíciles, donde la certeza es imposible, las víctimas y sus familias suelen mostrar una seguridad asombrosa. Además los supuestos culpables suelen ser, por lo que he podido observar sin rigurosidad científica, la persona o las personas señaladas al principio por la policía como autores más probables.
Es como si necesitaran agarrarse a un clavo ardiendo, los cuales una vez agarrados a ello son incapaces de admitir otra posibilidad. Porque a menos que exista una grabación videográfica del crimen, es difícil tener la certeza. El testimonio de los testigos, las pruebas circunstanciales, el interés o desinterés político, policial y judicial, la presión social, etc. se han mostrado muchas veces como elementos fundamentales para condenar a inocentes de los crímenes más espantosos.
Me pregunto cuántos inocentes son condenados en España, cuántos criminales permanecen en libertad gracias a esas condenas, y cuántas víctimas duermen tranquilas y satisfechas pensando que el verdadero criminal ha sido condenado.
Me temo que la necesidad de venganza, adecuadamente vestida de sed de justicia, de muchas víctimas y sus familiares, no exige la condena del culpable del crimen sino la de un culpable, a cualquiera que pueda ser inculpado con suficientes visos de credibilidad. Ello les permitirá dormir tranquilos sin percibir que con esta actitud se convierten a su vez en cómplices del crimen que han sufrido y verdugos de un inocente.
La noticia recogida por EL PAIS afirma “La víctima, que ahora tiene 44 años y sigue viviendo en Florida, sabe que Bain ha sido exculpado, según varias fuentes”. ¿Qué sentirá ese hombre que ahora puede tener la certeza que condenó a un inocente? ¿Qué sentirán, si viven, los padres de aquel niño violado sabiendo que a pesar de su tranquilidad el violador siguió libre, riéndose seguramente por la satisfacción de la familia por la condena de un inocente?
Posiblemente nada. Ocurrió hace tanto tiempo….

lunes, 14 de diciembre de 2009

Porque me sale del alma (católica, naturalmente)

Crear un blog te obliga a tomar decisiones nada intrascendentes. ¿Pongo mi nombre y apellidos a la vista? ¿Permito más o menos libertad para responder al lector o lectora que ocasionalmente dé con mi blog en la cibermaraña que es la blogosfera? ¿Me decanto por ser políticamente correcto o, al contrario, decido ser políticamente incorrecto? ¿Y si mando a la porra todo lo “políticamente” y escribo sin más límite que el respeto a la ley? ¿Debo responder a todas las críticas, a ninguna, o solo algunas?

Escribo esta parrafada, a modo de introducción de este post con el que pretendo reflexionar sobre algunos de los comentarios que han aparecido en este blog, para dejar constancia que esta bitácora, en su conjunto, es como es porque he querido que sea así. Si se pueden hacer libremente comentarios, aparecen y permanecen es porque así lo he decidido (en esto soy bakunista: provoca contra ti toda la oposición que tan saludable es). Si cualquier amable lectora o lector sabe quien está detrás de las palabras que lee (con microautobiografía incluida) es porque no me gusta ocultarme detrás de “anónimos”. Y cada post, mejor o peor escrito, es un esfuerzo de elegir el enfoque que más responda a lo que pienso, mejor se exprese y más respetuoso sea con la dignidad humana (que no la dignidad de las ideologías, los discursos, y las estatuas).

El post que más comentarios ha suscitado es el antepenúltimo titulado “Criminales católicos” y que escribí no por polemizar sino para expresar el rechazo que me produce cierta condescendencia social hacia algunas instituciones que, por su prestigio social o capacidad económica, son cubiertas por un manto de pudor. No sé si lo conseguí, posiblemente no, pero es un hecho mucho más común de lo que parece. Pero la respuesta de algunos ha sido iracunda. No las repetiré, puesto todas y cada una de ellas pueden ser leídas en su sitio.

Pero sí me gustaría reflexionar sobre algunos de los impulsos que me parecen vislumbrarse detrás de las mismas. Una cosa que me llama la atención es la ausencia de firma de los comentarios. De los siete comentarios recibidos, solo dos se identifican: uno a favor de mi texto y otro de sobria censura. Los otros cinco, dos han buscado Nicks de lo más revelador y tres se parapetan detrás del adjetivo “anónimo”, esto es, que no han cumplimentado el campo correspondiente.

El contenido es igualmente revelador. Pero además, siguen una línea argumental que se puede leer en otros foros web. Uno es el sentimiento de acoso que manifiestan. Comprendo que en el mundo de hoy, algo más libre del fanatismo de otrora, con mayores conocimiento sobre el universo y la evolución, la posibilidad de leer directamente los textos bíblicos en castellano (posibilidad negada por la Iglesia Católica durante siglos) y con la libertad suficiente para cuestionar los paradigmas culturales ancestrales, el discurso católico caiga por su propio peso. La respuesta de una parte de los y las católicas españolas es la de vivirlo como una nueva persecución hacia los cristianos. Por eso el empeño de equiparar al presidente Rodríguez Zapatero con Diocleciano, y la España de principios del siglo XXI con el Imperio Romano de principios del siglo IV.

La Iglesia Católica española no está perseguida, ni por supuesto las y los católicos individualmente. El desmoramiento del catolicismo es obra suya. Juan Mendoza, antiguo secretario general de la UGT Andalucía, afirmó en su día que una organización que no solo no crece sino decrece, termina siendo una secta. Y no pude estar más de acuerdo con él. El Concilio Vaticano II fue la respuesta de una iglesia en crisis. Los papados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, una verdadera política contraconciliar del Vaticano II, es la respuesta de una iglesia en pleno hundimiento. La pérdida de apoyo y compresión social está dando pábulo en el interior de la Iglesia Católica a las sectas más reaccionarias que fanatizan a sus “militantes” y les aleja, aún más, a los y las creyentes no dogmatizados, y provoca más y más con sus discursos incendiarios

Ese fanatismo les impide ver lo más evidente, lo que ve todo el mundo. Suelo decir, en plan jocoso, que Jesús era más bien torpe, que no habló sobre las cosas realmente importantes, y en cambio se dedicó a hablar de tonterías. ¿Sorprende?. Te animo a realizar una consulta muy simple. Busca en el Nuevo Testamento, en la edición de Nácar-Colunga (que fue mi edición de cabecera) cuantas veces, en San Juan, San Mateo, San Lucas o San Marcos, Jesucristo hace alguna referencia a temas realmente importantes para el Iglesia Católica española como la sodomía, el aborto o los matrimonio homosexuales, y en cambio cuantas dedica contra los ricos y los que escandalicen a los niños.

Recientemente, una brillante mente católica ha rescatado la cita de San Pablo (no os equivoquéis, viene a decir el Saulo bíblico, ni prostituta, ni sodomitas, ni fornicadores entrarán en el reino de los cielos) cuando dicha cita debería producir sonrojo, ya que según Cristo los únicos que no entrarán en el reino de los cielos serán los ricos (es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja…) y en cambio la adúltera sí entrará sin problema (ni yo te condeno tampoco, vete y no peques más).

Otro de los argumentos realmente estúpido es aquel acusa a los “laicista” de atacar a la Iglesia Católica y no tener "cojones" de atacar a los “moros”. El calibre de esta idiotez es tal que difícilmente se puede uno contener a responder con argumentos del mismo estilo. Pero me resistiré y solo diré que en sentido estricto lo más execrable del islamismo es semejante a lo más execrable del judeo-cristianismo. La ley del talión, la lapidación, los juicios de dios, la persecución a sodomitas y fornicadores, etc. son aberraciones propias de las religiones monoteístas. No hay peor cuña que la de la misma madera.

También me gustará reflexionar sobre la hipersensibilidad que muestras algunos católicos, ya que son capaces de usar términos realmente agresivos, como el de desorden moral contra los homosexuales y los bisexuales, y en cambio no soportan que se cuestionen sus más pueriles supersticiones. Pero ya hemos visto en AGORA, la última obra de Amenábar, la “sensibilidad” del catolicismo. Aunque quiero aclarar que según las fuentes históricas afirman que Hipatia murió descarnada viva (esto es, se le arrancó la carne hasta dejar las vísceras al aire). Incluso para un discreto homosexual como Amenábar al realidad era demasiado dura, así que vistió de compasiva eutanasia lo que era muestra palmaria de una crueldad infinita: la de los católicos primitivos.

Por último, responder a los y las católicas que quieran ponerme “verde” que, como bautizado, puedo opinar todo lo que quiera del catolicismo, el cristianismo y de su iglesia. Pero a la vez soy consciente que en sus mentes ya me habrán condenado y lapidado. Como hoy han hecho en Somalia un grupo de musulmanes con un fornicador. Tan lejos y tan cerca…

viernes, 11 de diciembre de 2009

Viva o Muerta

"Mi reivindicación es regresar al Sáhara Occidental con o sn pasaporte, viva o muerta" ha declarado recientemente la activisa Aminatu Haidar, marcando el límite a su huelga de hambre para regresar a su país de origen, el Sáhara Occidental, del que fue expatriana por el Reino de Marruecos.
Para seguir paso a paso el desarrollo de este drama (porque de drama se trata) recomiendo el blog de mi buena amiga Isabel Galeote, una mujer que desde hace años viene luchando por la causa saharaui con entusiasmo y sin desmayo.
Yo me quiero centrar no en las complicaciones políticas sino morales de una decisión valiente pero sin duda arriesgada: la huelga de hambre como forma de lucha pacífica contra los poderes instituidos.
Porque la huelga de hambre solamente tiene sentido si la realiza una persona sin capacidad institucional o coercitiva para determinar una política concreta, y solo se puede hacer contra un poder institucionalizado con cierta sensibilidad hacia los derechos fundamentales de las personas, o el miedo escénico al que dirán en el mundo, o a la pérdida de ingresos que se espera conseguir con el ejercicio de la violencia hacia la persona que se ha declarado en huelga de hambre.
Pero hay un elemento terrible en esta forma de lucha pacífica y que generalmente no se asume socialmente. Y es la necesidad de llevar hasta el final dicha determinación.
Una huelga de hambre que no parta de la asunción del todo o del nada, es una huelga de hambre güera. Por eso me parece terrible la lucha de Haidar. Porque veo la determinación en su mirada, y temo que finalmente se cumpla parcialmente su deseo: regresar en un ataúd a su Sáhara natal.

martes, 10 de noviembre de 2009

¡Cuidado! El dolor puede provocar estupidez

Post suprimido temporalmente por el autor por cuestiones de estilo.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Criminales católicos

Afirmar que en España la mayoría de los criminales (asesinos, violadores, pedófilos, ladrones, corruptos, etc.) son católicos es casi una obviedad. Ya sabemos, o por lo menos eso afirmaba la Iglesia Católica de mi niñez, que el bautismo imprime carácter, por lo que una vez recibida las “aguas”, ¡zas!, ya no hay quien te libre del catolicismo, ni tú apostatando, ni el Papa con la excomunión.
Por eso, si la mayoría de los y las españolas de sangre y mucho de las españolas y españoles por carta de naturaleza y residencia fueron bautizados de pequeños y algunos ya de mayores, la mayoría de los criminales españoles son católicos. Claro que también son católicos nuestros mejores intelectuales, científicos, políticos, etc.
Pero en este post quiero hablar de dos noticias de actualidad, donde el catolicismo de sus personajes agranda la monstruosidad de su crimen.
Me refiero, como no, al político del Partido Popular y miembro de la católica Comunidad Neocatecumenal Javier Rodríguez de Santos y al médico y trabajador del Hospital Universitario de Navarra, dependiente del Opus Dei, José Diego Yllanes.
El exconcejal del PP ha sido condenado por los tribunales a 2 años por malversación de fondos públicos, por usar tarjetas de crédito del Ayuntamiento de Palma de Mallorca en diferentes puticlub y mantener sexo con hombres. Pero sin duda, su crimen más repugnante ha sido el abuso sexual a dos menores amigos de sus propios hijos a los que conoció en las ceremonias de la Comunidad Neocatecumenal a la que solía asistir. Según el juez, queda probado que Javier Rodrigo de Santos cometió un delito de abusos sexuales, con acceso carnal por la vía anal con un menos de 14 años, así como practicar una felación al adolescente de 16 años.
José Diego Yllanes, hijo de un conocido médico, se ha reconocido asesino de la joven Nagore Laffage Casasola. Este crimen es especialmente repugnante por lo que se transparenta. Se trata sin duda de un crimen machista (violencia de género) y clasista. Un chico médico, de buena familia, con novia y muy religioso, que se cree con el derecho de mantener sexo no consentido con una simple enfermera (“Le gustaban las de enfermería" ha testificado una amiga durante el juicio). Ante la negativa de Nagore, y posiblemente sorprendido que una trabajadora se negara a mantener relaciones con él, atractivo hijo de un prestigioso profesional y psiquiatra en ciertes, la asesinó, intentó descuartizarla y después la intentó ocultar.
Estas historias me producen dos reacciones: repugnancia, sí, pero también sorpresa. ¿Qué educación han recibido dos personas educadas “como dios manda”, de familias muy religiosas, que se suponen que aprendieron a diferenciar al mal del bien, socialmente adaptadas, pueden cometer crímenes tan espantosos?.
Tengo la convicción de que la educación religiosa recibida, la represión de los sentimientos y las emociones de la que la educación católica hace gala, su machismo genético, la soberbia moral de la que hacían gala las familias, y factores de similar característica, les llevaba a considerar a los demás objetos de sus propias necesidades.
Por eso, José Diego Yllanes y Javier Rodrigo de Santos consideraban que tenían derecho a “usar” a los menores y a Nagore (que seguramente no era la primera). ¿Dónde quedaba su caridad cristiana? ¿Y los preceptos de no fornicar ni cometer actos impuros? ¿Se confesaban? ¿Existen sacerdotes que conocían tan espantosos crímenes gracias al sacramento de la confesión?
Y las dos cosas que más me indignan: que si en vez católicos hubieran sido agnóstico o ateos ya tendríamos a los católicos de pro señalando que la raíz de estos crímenes estaban en su falta de fe; y que ambos utilicen su adicción a las drogas legales e ilegales para justificar sus crímenes. Porque soy de los que creen que el consumo de alcohol y otras drogas no deben ser un atenuante sino un agravante.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Cuestión de edad

CUATRO nos propone en su web una encuesta que en sí misma es un ejemplo de la invitación a la reflexión más profunda no sobre un tema de actualidad sino sobre nuestro propio mundo de valores y convicciones. Hablo de ¿Estás de acuerdo o en desacuerdo con las 'edades legales' en nuestro país?, en la cual se señala la edad mínima legal para alguna de las decisiones a la que puede enfrentarse cotidianamente una persona. Así, la legislación española permite a partir de los 16 años decidir someterse a una operación a vida o muerte, y en cambio no ponerse un piercing o un tatuaje; la edad de consentimiento para mantener relaciones se establece en 13 años, a los 14 años existe la posibilidad de contraer matrimonio pero no beber alcohol; y así varios más, invitando en cada caso a mostrar el acuerdo o el desacuerdo.
Responder dicho cuestionario es casi una tortura. ¿Son suficientes los 13 años para consentir relaciones sexuales? ¿Y casarse a los 14 años? Posiblemente se nos ponga los pelos de punta, pero si permites a una persona casarse a tal edad no tendría sentido excluir del mismo las relaciones sexuales. Mi bisabuela María se casó con 14 años y tuvo su primer hijo un año después. Y por lo que cuentan en mi familia, a pesar de la mala cabeza de mi bisabuelo Manuel, formó una feliz aunque complicada vida conyugal hasta el final de sus días.
Los tatuajes y piercing me parecen algo de bastante mal gusto. Si fuera padre me gustaría impedírselo hasta los 18 años. Pero por el contrario, creo que una persona con 16 años debe decidir si se somete a un tratamiento o no, así que no tendría sentido impedirle un tato.
En fin, una tortura china (si es políticamente correcto expresarlo así). Aunque sobre lo que más he reflexionado ha sido sobre la hipocresía consciente o inconsciente de muchos adultos (casi todos padres) a la hora de decidir lo que sí o lo que no debería permitirse a un menor. Porque la responsabilidad legal y pecuniaria de una persona privada de derecho a decidir debe ser de sus padres o tutores. Es decir, que si se prohíbe a un menor de 18 años tener relaciones sexuales, en caso de mantenerla los padres de deberían asumir alguna responsabilidad legal. Si está prohibido viajar como acompañante en una moto, debería exigírseles alguna responsabilidad administrativa o económica a sus padres o tutores del menor que lo haga. Y así en todos los casos.
Muchos padres me dirán escandalizados que como pueden ellos impedir que su hijo o su hija de 14, 15 ó 16 años mantengan relaciones sexuales, sabiendo el número tan importante de adolescentes con embarazos no deseados. Es decir, queremos una ley que nos consuele emocionalmente pero que a la vez sea papel mojado porque sabemos que en caso de incumplimiento no servirá de nada.
Una vez más hay que remitirse a la falta de autoridad y responsabilidad de los adultos, y su constante evasión de responsabilidad. El profesor y filósofo Carlos Rodríguez Estacio realiza un análisis bastante certero sobre el tema en La Realidad y el Deseo en la Sociedad Actual. A pesar del repaso que el profesor Rodríguez me da en su post debo compartir con él algunas de sus valoraciones, como “…lo que nos interesa ahora destacar es que estas ideas no surgen de la defensa del derecho de los niños, sino de la defensa del derecho a la niñez de los adultos. Tanta devoción por el niño no esconde en realidad más que el deseo de no hacerse cargo de ellos. Los hacemos iguales a nosotros para hacernos nosotros iguales a ellos, y disfrutar así sin remordimientos de la inmadurez” y “No deberíamos extrañarnos del altísimo índice de precocidad sexual o de que la anorexia empiece ya a hacer estragos a partir de los siete años. De manera paralela proliferan los programas en que los adultos se refocilan y emporcan con cháchara del tipo `caca-culo-teta-pedo-pis´”.
Mi hipótesis sobre este tema es que los adultos, y especialmente aquellos que son padres y madres, se niegan en la práctica a ejercer su autoridad, imponiendo límites al bebé, al niño, al adolescente y al joven, no porque no sepan sino porque esos límites también les afectan a ellos. Por eso, el recurso a una autoridad externa, el gobierno, la escuela, las leyes, es la extrategia perfecta para delegar su responsabilidad. En esta línea iría la constante de imponer recortes en los derechos de los adolescentes y los jóvenes, bajando la edad legal penal y subiendo todas las demás, ya que así sus conciencias están tranquilas. El problema de sus hijos, en definitiva, ya no es de ellos.

sábado, 24 de octubre de 2009

La castidad, ese desorden sexual.

La castidad designa la abstención de todo goce carnal, es decir de relaciones sexuales, entre seres humanos. Su práctica reviste formas muy variadas a través de los siglos y las culturas. Su origen socio patológico permanece en gran medida inexplicado, pero se vincula históricamente a prácticas religiosas que castran psicológicamente a la persona. La castidad es contraria a la ley natural y a la biología. Impide el don de la vida. No proceden de una verdadera libertad afectiva y sexual, y por lo tanto la castidad no puede recibir aprobación social en ningún caso.
Un número apreciable de hombres y mujeres de distintas religiones practican o intenta practicar la castidad. No eligen libremente la castidad sino que son obligados y obligadas a ello como prueba de fe en dichas religiones. Por ello, las personas que practican la castidad deben ser acogidas con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta.
Las personas que practican la castidad están llamadas a mantener relaciones sexuales. Mediante terapias que eduquen la libertad interior, y a veces mediante el apoyo de una amistad desinteresada, pueden y deben acercarse gradual y resueltamente a la sexualidad plena.