sábado, 20 de junio de 2009

Cuando no todo lo gay es guay


Publicado en la sección de opinión del DIARIO DE SEVILLA del 20 de junio de 2009.

Pablo Morterero: UN cierto progresismo mal entendido, e incluso una secular mala conciencia, está llevando a muchas buenas personas de izquierda a aprobar con entusiasmo cualquier iniciativa que en el ámbito de la defensa de los derechos GLBT (gays, lesbianas, bisexuales, transexuales) se plantean en la actualidad. Pero no todo lo que se etiqueta bajo dichas siglas nos lleva al mismo puerto.

Dentro del movimiento homosexual, bisexual y transexual existen dos modelos reivindicativos, bastante semejantes por otra parte a los generados dentro del movimiento feminista o de personas sordas: aquel que prescribe la diferenciación de las personas homosexuales sobre el resto, y por ello la necesidad de fomentar la autosegregación, o la que promueve la normalización del hecho homosexual en el ámbito natural de cada persona homosexual.

El modelo anglosajón, denominado comunitarismo, apuesta por la primera opción, la de mayor calado mercantilista, ya que si las empresas del sector convencen a un número significativo de gays de su diferencia podrá construir un target rentable para colocar productos específicos. De ahí no sólo las empresas de ocio gay, sino de servicios (hoteles, agencias de viajes e incluso de servicios al hogar), partidos políticos y sindicatos gays, o barrios como Chueca, destino ideal para muchos gays de todo el país pero prohibitivo por sus precios para la gran mayoría.

El modelo continental europeo, más en línea con los modelos socialdemócratas, es la opción de otra parte de la reinvindicación GLBT. Mucho más político, el llamado modelo igualitarista no pretende la segregación sino la normalización del hecho homosexual en el entorno natural de la persona homosexual: su familia, su barrio, su ciudad. Es decir, que la vida cotidiana de cualquier persona no se vea afectada por algo tan intrascendente como es que su orientación sexual sea diferente de la mayoría de su círculo. Esta formulación difumina el perfil gay del consumidor y lo iguala, valga la redundancia, a los de sus iguales naturales.

El paradigma del modelo comunitarista es el llamado "orgullo" (una desafortunada traducción al castellano del ingles pride) y que entremezcla interesadamente reivindicación, fiesta y consumo. Una muestra clara de ello es el patrocinio por parte de empresas comerciales de todas las actividades de la Marcha del Orgullo. ¿Se imagina, querido lectora o lector, que en la cartelería y pasquines del primero de mayo o del Día contra la Violencia de Género se incluya publicidad de grandes almacenes, cadenas de restauración, sex shops, etcétera?

Cada persona o colectivo es libre de defender sus derechos o luchar por sus aspiraciones por cualquier medio o estrategia, siempre que se realicen dentro de la ley. Por ello, no es cuestionable la decisión de aquellos homosexuales, bisexuales y transexuales que piensen que el comunitarismo es la estrategia que mejor defiende sus intereses.

Lo cuestionable es intentar hacer pasar por progresista o de izquierda lo que no lo es. E incluso peor, venderlo como tal lo que es una estrategia claramente contraria a los valores que tradicionalmente ha defendido la izquierda en Europa. Por ello, miles de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales de Andalucía no nos sentimos identificados en absoluto con iniciativas como las marchas del orgullo cuyo fin último, bajo una apariencia reivindicativa, es convertirnos en consumidores y no en ciudadanos, segregarnos de nuestro entorno natural y convencernos de que las personas heterosexuales son homófobas por naturaleza.

jueves, 11 de junio de 2009

Lo ¿malo? de ser muy listo

A la gente no le preocupa si Camps o yo somos culpabres”. Carlos Fabra.

Medios de toda solvencia (El MUNDO, PÚBLICO, etc.) se hacían eco de la noticia de la Agencia EFE, según la cual Carlos Fabra. Presidente del PP de Castellón, declaró el pasado lunes 8 de junio que “la gente es muy lista” para a renglón seguido afirmar “a la gente no le preocupa si Camps o yo somos culpables”.

Sin que sirva de precedente, debo afirmar que comparto ambos extremos. La gente, los ciudadanos en general son listos. Posiblemente no individualmente, pero sí colectivamente. Y esto lo hemos comprobado a lo largo de la corta historia democrática de la España actual. Elegir a Adolfo Suarez en las primeras elecciones generales era la decisión más “lista”, elegir a Felipe González en 1982 también. Como sustituirlo en 1996 por José María Aznar. Y, evidentemente, optar por José Luis Rodríguez Zapatero en vez de Mariano Rajoy en 2004 y 2008.

Y, parece evidente, a los y las votantes del PP en general, y a los de Madrid y la Comunidad Valenciana en particular, no les ha preocupado si Camps, Fabra o Aguirre son culpables de cualquier delito. Si bien es cierto que ninguno se presentaba a las elecciones europeas, todos, propios y extraños, han entendido el aumento del voto en ambas comunidades autónomas en favor del PP como una “absolución” popular (y nunca mejor dicho) de las acusaciones que varios juzgados siguen contra dirigentes del Partido Popular. Y parece casi imposible que algún votante que eligiera la papeleta de la gaviota no fuera consciente de ello.

La interpretación de la dirigencia del PP del apoyo obtenico como indulto a sus posibles conductas delictivas, los acerca a los principios morales de Hugo Chavez, Silvio Berlusconi y Vladimir Putin. Y lo que es peor, al “absolver” plebiscitariamente a los imputados judicialmente, el votante del PP ha unido su dignidad moral al destino penal de los mismos. Si finalmente Camps o Fabra son declarados culpables, la condena moral se extenderá a aquellos que los absolvieron con sus votos.

Y como dice Fabra, y yo comparto, son muy listos: no podrán alegar ignorancia o desconocimiento. Y para la moral colectiva española, esto es trágico, tanto como la anuencia del pueblo alemán con el régimen nazi.

Debate sobre qué es violencia de género


Publicado en la sección Lectores de PÚBLICO del 22 de abril de 2009.

Por Pablo Morterero / Sevilla. El debate en el seno del movimiento GLBT (gays, lesbianas, bisexuales y transexuales) sobre la necesidad de que la Ley Integral sobre Violencia de Género incluyera a las parejas compuestas por dos personas del mismo sexo viene de antiguo.

En su momento, mi posición en las asociaciones en las que participaba era contraria, en línea con lo expresado en este periódico por Miguel Lorente Acosta, delegado del Gobierno para la Violencia de Género, ya que la violencia que persigue dicha ley es la basada en la desigualdad y, en cambio, se supone que las relaciones construidas entre dos personas del mismo sexo parten de la igualdad. Pero hoy no lo aseguraría.

Parece cada vez más claro que el género es un constructo social como se afirma desde la Teoría Queer. La forma de cómo asumen gays y lesbianas su homosexualidad es lo bastante desconocida como para impedir afirmaciones tajantes. Parece posible que personas homosexuales asuman uno y otro rol de género. Es decir, hombres homosexuales que se construyan como homosexuales con roles femeninos y masculinos y mujeres homosexuales que se construyan con roles femeninos y masculinos.De ser así, no sería extraño que algunas parejas de personas del mismo sexo adopten en su convivencia actitudes de género similares a las de una pareja de personas de distinto sexo, objeto de la Ley Integral.

La negativa a discutir esta posibilidad me sorprende. Posiblemente se perciba como un ataque a un proyecto legislativo necesario, pero también puede deberse a prejuicios de los movimientos GLBT. Lo importante, en mi opinión, es proteger a la parte más débil de una relación emocionalmente construida en la desigualdad de género, la ejerza quien la ejerza y la sufra quien la sufra.