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viernes, 13 de septiembre de 2013

Gibraltar


Tras la muerte de la serpiente de verano gibraltareña, por inanición debido a otros folclores patrios como el desafío nacionalista catalán, creo que toca hablar en serio de Gibraltar.

Pero ello me obliga previamente a hacer una confesión: mi condición de socialista me hace internacionalista, mi formación intelectual me hace iberista y mi formación emocional me hace andalucista, por lo que mi análisis sobre la cuestión gibraltareña no está teñida por ninguna formulación territorialista.

Ya he argumentado anteriormente, en este mismo blog, que tengo la convicción que uno de los mayores problemas para diseñar y ejecutar una política de Estado para el estrecho de Gibraltar hacia abajo, incluidas Ceuta y Melilla, es la visión mesetaria, atlántica y septentrional de las élites estatales.

La propia cuestión de Gibraltar de este verano es la prueba más palmaria, ya que no se trata de establecer una política coherente sobre una demanda histórica, sino la excusa transitoria de una cuestión de política interna del partido mayoritario en las Cortes Generales. Pero esto ha sido así con Rajoy, con Aznar, pero también con Franco. Esas episódicas exaltaciones patrióticas que en su paroxismo llevó al ex general a ordenar el cierre de la verja, es decir de la frontera, en 1969, para ahogar a la pérfida Albión. Cosa que sólo consiguió llenar de marroquíes el Peñón (contra la intención de los españoles firmantes del Tratado de Utrecht), reforzar el espíritu nacional gibraltareño, y provocar la hambruna en el Campo de Gibraltar, a pesar de la Zona de Preferente Localización Industrial y el desarrollo turístico de la Costa del Sol, que tuvo que absorber gran parte del paro producido por la decisión del Estado franquista.

Se puede discutir hasta la extenuación si Gibraltar debe ser o no española. Razones y argumentos los hay en todos los sentidos. Pero si la sociedad española se fija el objetivo de integrar (o reintegrar) el actual territorio de Gibraltar, lo primero que debe establecer es un programa a largo plazo, consensuado por todas las fuerzas políticas de la Nación con opciones a gobernar (como mayorías o como minorías), y sacado de la actualidad política. Un plan, con todas las diferencias que se quiera, como el que realizó China para recuperar Honk Kong.

En segundo lugar, debe establecer una política de seducción de la sociedad gibraltareña que por razones históricas (tanto internas tras el reforzamiento de la identidad gibraltareña provocada por la decisión mesetaria de cerrar la verja, como por la imposibilidad actual de anexionarse un territorio en contra de la voluntad de sus habitantes), y económicas, se sienten seguras de su estatus actual.

A mi entender, ello pasaría por una oferta formal de las Cortes Generales a la sociedad gibraltareña basada en el respeto a su integridad territorial (no anexándose a Andalucía, por ejemplo), al uso de la lengua inglesa como co-oficial, la posibilidad de la doble nacionalidad anglo-española y un estatus económico transitorio (de 50 años, por ejemplo) suficientemente generoso. También sería pertinente una generosa política de becas para estudiantes gibraltareños en España, y reducir el número de estudiantes de la Roca que acuden a universidades británicas.

Pero además de ofrecer una zanahoria, hay que dar el palo, mediante una férrea política de inspección fiscal y control aduanero, que debería durar lustros e incluso décadas, que impida el uso de Gibraltar por parte de residentes en España como paraíso fiscal. Se debería además crear un cinturón de riqueza alrededor de la colonia británica, tanto en el Campo de Gibraltar como en las zonas aledañas de Cádiz y Málaga, ya que ¿quién querrá sumarse a un Hinterland mucho más pobre, con graves problemas de marginalidad, drogadicción, tráfico de drogas, etc.

En cambio, el desarrollo industrial y tecnológico de la zona, que aumentara significativamente la renta per cápita, la instalación en la zona de grandes equipamientos públicos como hospitales de referencia nacional, universidad, etc. llevaría a los llanitos a ver como deseable sumarse a esa riqueza. Para ello sería fundamental un pacto igualmente de Estado entre el gobierno de la Nación y el de la Junta de Andalucía, que potenciara toda la riqueza endógena (que las hay) con aportaciones fundamentales de proyectos exógenos.

Y por último, faltaría una inteligente estrategia en el corazón del imperio inglés, desde la embajada española en Londres, para que la sociedad inglesa no visualice a los gibraltareños como las víctimas del toro español, sino como unos caprichosos que quieren vivir fastuosamente a costa del contribuyente británico.

Pero, ¿cuál es la realidad? Una política histórica que ha conseguido insuflar una identidad que ni los galos de la aldea de Asterix; una política nacional actual que usa Gibraltar, como el peñón del Perejil, como Ceuta, como Melilla, con exclusivo interés de fervor nacional; una deriva nacional-centrípeta que desprecia y atosiga la singularidad de sus propios territorios con lengua propia; una permisividad escandalosa en materia fiscal y aduanera, en concomitancia con las élites económicas de la Costa del Sol y las mafias locales; un Hinterland pobre, pobrísimo, con una economía fuertemente dependiente del tráfico del tabaco y del hachís; y con una sociedad española que su último problema es lo que pase en una rocalla más allá de Sierra Morena.

Porque si el problema fuera realmente el futuro de los pescadores de Algeciras o la Línea, con ofrecerles un plan de jubilación como a Bárcenas, seguro que estarán encantados con los arrecifes artificiales colocados por el gobierno de Gibraltar.

martes, 15 de enero de 2013

No se esfuercen en hacerme chavista


El primer twitter leído esta mañana versaba sobre la invectiva contra EL PAIS por su información sobre el chavismo, afirmando que en comparación, LA RAZÓN parecía de centro moderado. Esta diatriba me ha llevado a reflexionar sobre el efecto Chávez y su auge como referente para una parte significativa de la nueva izquierda patria.
      
Mi primer recuerdo político sobre Chávez se remonta a casi dos décadas atrás, cuando en una reunión con amigos de Málaga, algunos latinoamericanos, debatían sobre lo que Hugo Chávez podría aportar a la liberación a los países australes del subcontinente. Se trata, por lo tanto, de un político al que sigo la pista, sin demasiado interés también es cierto, desde antes que fuese elegido presidente de la República, hoy apellidada Bolivariana, de Venezuela, en 1999. Pero en mi círculo, no precisamente indiferente a la cosa pública, Hugo Chávez pertenecía a ese universo de líderes extranjeros sin interés, que pululan por las páginas de internacional de nuestros diarios.
       
De hecho, ni siquiera en el famoso incidente de la XVII Cumbre Iberoamericana de 2007, cuando el mandatario venezolano interrumpió al presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, lo que provocó el famoso por qué no te callas real, Hugo Chavez pasó de ser ese estrambótico personaje vestido de rojo más objeto de chanza que de alabanza.
       
Pero ha sido hundirnos en la crisis económica, y yo diría política, más grave desde la Guerra Civil, para que muchas personas de mi entorno busquen referentes alternativos al neoliberalismo que nos ha dejado hecho unos zorros, encontrando, entre otros, al presidente venezolano. De personaje estrambótico ha pasado de esta forma a ser considerado una referencia política para muchos desde la izquierda.
      
La antigua indiferencia se ha convertido en una insistente tormenta argumental para convencer, urbe et orbi, de las bondades y el liderazgo chavista, anatematizando a cualquiera que se resista a comulgar con dichos principios, con el mayor de los denuestos.
         
Pues no. Reconociendo a Hugo Chávez ciertas virtudes políticas y democráticas, considerando que el presidente venezolano atesora ciertos valores de progreso, admitiendo que las fuerzas neoliberales planetarias no tratarán en ningún caso con simpatía a un personaje que se dedica a meter palitos en la maquinaria política, económica e ideológica de los seguidores de Milton Friedman, no creo que la personificación del chavismo sea ese líder al que debemos mirar para buscar una solución en nuestro mundo.
         
Y no sólo porque muchas de sus propuestas y praxis políticas no me convencen en absoluto, sino además porque siempre he sentido una manifiesta repulsión hacia el culto a la personalidad que parece cultivar con cariño el líder venezolano, tanto hacia Simón Bolívar como hacia él mismo. Soy profundamente reticente a aceptar cualquier ditirambo laudatorio de cualquier persona, con la sola excepción del amor filial, paternal y conyugal. Por ello, las manifestaciones populares de amor al líder, esos lloros fotografiados y emitidos por sus correligionarios, esas muestras de fe tan caras al chavismo, no pueden dejar de producirme un claro rechazo.
         
No me gustan las manifestaciones patrióticas norteamericanas entorno a la bandera y sus héroes, no me gustan los lloros ante las imágenes en Semana Santa, y no me gustan los rezos colectivos por la salud de Hugo. Nunca fui franquista ni felipista; no soy monárquico ni católico; por favor, no se esfuercen en hacerme chavista.
         
Nota aclaratoria: La fotografía la facilita “amablemente” la web http://www.noticias24.com, de clara filiación chavista.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Amores marroquíes.

Desde hace años albergo una certeza: las élites marroquíes admiran a Francia y aman a España. El problema para los españoles, es que ese amor se manifiesta como el amor de un amante despechado, haciendo verdad la letrilla famosa: “Ni contigo ni sin ti, tienen mis penas remedio: contigo porque me matas, y sin ti porque me muero”. O con el amor del niño malcriado hacia una madre distante, de la que quiere llamar su atención con rabietas y gamberradas.
Las élites marruecas se saben inferiores a las francesas, a las que admiran, pero se imaginan iguales a las españolas. Y por eso (algo parecido pasa con Portugal) llevan muy mal la indiferencia española hacia ellos.
Sostengo que la sociedad española procesa el rechazo con indiferencia. Cuando en 1640, Juan IV declaró la independencia de Portugal de la España de Felipe IV, las tropas lusas apostadas en la frontera esperaron en vano la llegada de los ejércitos castellanos, al punto que el duque de Medina-Sidonia de la época afirmó que si hubiera sabido lo fácil que era independizarse de la monarquía hispánica se habría declarado rey de Andalucía. No llegaron las tropas españolas pero sí enviamos nuestra indiferencia, hasta el punto que Portugal sigue siendo para la mayoría de la sociedad e incluso para nuestras élites un territorio ignoto situado entre Extremadura y el Atlántico.
De la misma forma, y a pesar de Joaquín Costa, la sociedad española ha asumido que, parafraseando a Ortega, Marruecos es el problema. Y con esta sentencia muestra la mayor de las indeferencias que tan mal sienta a las élites marroquíes. Si somos iguales, ¿porqué nos desprecian? se deben preguntar a diario.
La respuesta oficial de las élites marroquíes, representadas en el majzen medieval, siempre ha sido la misma: llamar nuestra atención periódicamente.
Hace años tenían la solución a mano, los barcos pesqueros españoles. Cada vez que Marruecos sentía la necesidad de llamar la atención del hermano español, retenían un par de barcos y ya tenían la atención de la sociedad española durante una temporada. En este sentido, el mayor error de la monarquía marroquí fue finiquitar a finales del siglo XX el convenio de pesca, ya que con ello perdía un recurso fácil de llamar la atención de la sociedad española.
La siguiente vez que las élites marroquíes quisieron llamar la atención del hermano español se encontraron que no tenían barcos que apresar, así que a alguna “lumbrera” se le ocurrió apresar un barco pétreo varado en mitad del Estrecho: la Isla de Perejil.
Acostumbrados como estaban a que las periódicas llamadas de atención se solucionaran con un indemnización y algo de cariño y dedicación de la prensa española, se sorprendieron cuando el presidente Aznar (que como buen resentido es humilde ante los grandes y chulesco ante los pequeños) mandó a la Armada a desalojar a los pobres gendarmes marroquíes que ocupaban el islote.
Ahora a otra lumbrera se le ha ocurrido la brillante idea de llamar nuestra atención con un conflicto fronterizo fantasma en Melilla que a la primera de cambio se infla y se desinfla como el globo que es.
Las élites marroquíes deben asumir que hoy por hoy la sociedad española no considera a Marruecos ni el hermano pequeño ni el primo lejano, y que acumular horas en los telediarios y páginas en la prensa no significa que el hermano español le dedique atención, más bien lo contrario, retroalimentan el hartazgo y la indiferencia social española hacia Marruecos. Si realmente la monarquía alauita quiere que la sociedad española sea un aliado firme en el continente europeo debe comenzar a comprender que emocionalmente la sociedad española solo valora las muestras de admiración. En cuanto nos dicen lo buenos que somos, ronroneamos como gatos. En cambio, el desdén con desdén pagamos.
Por otra parte, la sociedad española y sus élites no pueden mantener indefinidamente esa mirada tan mesetaria de considerar África todo lo que hay después de Gibraltar. Cierto que desde el rabo todo es cerdo, pero Marruecos es mucho más que África, es el cerrojo de la llave que posee España. El empeño de las potencias europeas desde el siglo XVI de evitar que España dominara en solitario el Estrecho se ha transformado en el esfuerzo de las potencias mundiales de evitar el acuerdo de ambas monarquías que controlan sus orillas. Pero además, Marruecos es el socio natural de más de media península, y sustituir a Francia en el corazón magrebí es posible.
Pero lo que hoy tenemos es a un Aznar que se imagina Santiago a caballo que en la frontera melillense cierra España, unos “militantes” de los derechos humanos controlados por el largo brazo del majzen y una sociedad española tan cansada del conflicto marroquí como de las gotas frías que periódicamente asolan nuestros pueblos y ciudades.

martes, 9 de febrero de 2010

A perro flaco...

Aunque vaya a hablar, entre otros, del sr. Aznar, con lo de perro no me refiero a él, sino al popular dicho español “a perro flaco todo se le vuelve pulgas”.
En algún otro post ya he comentado mi opinión sobre España en el mundo. Sinceramente no creo que España esté sufriendo un complot internacional, entre otras cosas porque sería suponer a los “internacionales” una inteligencia que discuto. Pero sí es cierto que España tiene un problema, y gravísimo, de imagen. Pero esto no es nuevo. Si podemos aprender algo de las relaciones internacionales españolas desde su configuración como potencia continental, allá por los reyes Fernando e Isabel de Trastamara, son dos cosas: que somos el saco donde sacude todo el que es algo en el mundo, y que la sociedad española lo sirve en bandeja.
Castigada desde el siglo XVII a ser mera comparsa de otras naciones, generalmente de Francia, ocasionalmente de Inglaterra, atenazada por una Iglesia Católica que impedía cualquier avance técnico y científico, y adobada por el gusto popular español del aquí-te-pillo-aquí-te-mato, la nación española aceptó su expulsión de la gobernanza global hasta el punto de ser neutrales en las dos Guerras Mundiales. Por esto, la España democrática y desarrollada ha llegado tarde al reparto del mundo. Y hacerse un sitio supone dar codazos a troche y moche, pisar callos y desalojar a los que están cómodamente sentados en sus sillones.
En este sentido, recuerdo algunos episodios especialmente significativos desde la Transición. Por ejemplo, la Guerra del Fletán durante un gobierno González. Muchos vieron en aquella agresión canadiense una respuesta del mundo anglosajón al soterrado debate español para competir con Canadá su sitio en el G-7 tras superarlo en el PIB. Tras aquel secuestro, no se volvió a plantear la cuestión. O la reacción furibunda de Italia, en un gobierno Aznar, ante cualquier intento de compra de sus empresas por parte de alguna española, bien telecos, bien autopistas, justo cuando España estaba a punto de superar en PIB a Italia, lo que la ponía en entredicho como cuarta economía europea.
Cualquier estrategia para pararnos los pies es buena. Reeditar la leyenda negra para dar la impresión de que en España no es posible asegurar los derechos humanos; seguir insistiendo en nuestro carácter festivo pero poco serio para evitar reconocer que somos una competencia tecnológica en el mundo; calificarnos de cerdos (PIGS) con gran alegría de muchos de nuestros conciudadanos ya que ven en ello gasolina contra el gobierno de la Nación; etc.
España no es China, ni en población ni en territorio, ni Brasil o Indonesia en recursos. España es un pequeño país en el mundo, a penas 500.000 kilómetros cuadrados y 45 millones de habitantes, sin recursos naturales atrayentes y con mala prensa desde la “leyenda negra” que nos regaló la Inglaterra anglicana.
Creo firmemente que la política exterior de los gobiernos democráticos españoles ha ido siempre en el sentido de conseguir abrir ese espacio: primero González, con la entrada en la Comunidad Económica Europea y vertebrando la Conferencia Iberoamericana; luego Aznar, con la experiencia amarga de su antecesor ante la falta de apoyos, buscando el tutelaje de Estados Unidos; por último, Rodríguez Zapatero, regresando a la vieja Europa y buscando la complicidad de las naciones en desarrollo con la Alianza de Civilizaciones.
Pero todas se han saldado con el mismo fracaso: cuando hay confrontación, todos prefieren dejar caer a España. Ahora lo estamos viendo con la expeculación de los mercados. Más allá de los hechos objetivos, los prejuicios cuasi raciales e históricos “engrasan” las decisiones en contra de nuestro país.
Por esto, creo que la hay varios desafíos a los que enfrentarse. Primero, que los españoles, incluidos aquellos que no se sientan tal (por que si mal lo llevamos siéndolo peor sería ir por el mundo de catalán, vasco, andaluz o gallego), debemos saber que es realmente España en el mundo (una potencia de tipo mediano, con sus fortalezas y sus debilidades), y aceptar que nadie nos va a regalar nada ni nos va a dejar un hueco de forma graciosa. Cada palmo que conquistemos deberá ser con sangre, sudor y lágrimas.
Segundo, que las críticas que aquende la frontera son necesarias y patrióticas, dichas o difundidas allende la frontera serán utilizadas en contra nuestra y se transformarán en antipatrióticas.
Tercera, que por el mundo hay que ir en grupo como los anglosajones, la francofonía, los BRIC, etc. pero no en los que nos incluyan los demás (como los PIGS). Parece que lo más razonable y fácil es crear un grupo con lo más granado de los hispanoparlantes, un grupo tipo MECCA (Mexico, España, Colombia, Chile y Argentina).
Quiero finalizar este post con una reflexión. ¿Prestarías dinero a un amigo que te lo pidiera si desde meses antes el hermano de tu amigo te hubiera insistido una y otra vez que es un manirroto, un mal pagador, malgastador, etc.? Posiblemente no. Por eso no debe sorprendernos si el “mercado”, es decir, un grupo de gestores de grandes patrimonios (generalmente blancos, racistas, de derechas, anglosajones y protestante) que llevan cinco años escuchando a un expresidente del gobierno de España, despotricar del actual presidente en las Universidades, en los think kanks, etc., llegan a la conclusión que es una mala idea confiar en España y en cambio un buen negocio especular en su contra.
Este es el mejor ejemplo para ilustrar lo que no se debe hacer en política exterior. Claro que antes debería advertir que en cualquier caso el rencor mezquino es el peor de los asesores. Aunque te “revienten” una despedida triunfal.

lunes, 19 de octubre de 2009

El vínculo que llegó del frío

Un día, las y los españoles nos levantamos y nos enteramos que teníamos un vínculo muy especial, con nombre de anticiclón o borrasca. Un vínculo que apareció de la nada, pero sobre el que hablaban personas muy serias, con gestos muy serios. Me tengo por una persona documentada (leo revistas de historia contemporánea desde los 8 años, y la prensa diaria y semanarios desde los 13, 14 años ¡incluida la revista Época!) y hasta que llegó el sr. Aznar al gobierno de la Nación no me enteré que la sociedad española teníamos eso del “vínculo transatlántico”. Al principio pensaba que era algo así como la virginidad de una adolescente, porque siempre que algún intelectual de derechas verbalizaba el término iba asociado a otros como respeto, fortalecimiento, conservación, etc.
Pero no, no hacía referencia a la virtud de ninguna vestal, sino que era algo así como una lealtad que debíamos a los Estados Unidos por habernos salvado de comunismo.
Para los que como a mí en su momento, eso del “vínculo transatlántico” le suene a chino, les recomiendo el artículo de Jesús R. Bacas Fernández que con el título “Fundamentos históricos del vínculo transatlántico. Desde la firma del tratado de Washington hasta la caída del Muro de Berlín” fue publicado a mediados de la década en el número 72 de las Monografías del CESEDEN (Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional) dependiente del Ministerio de Defensa.
Pero en este post no reflexionaré sobre el dichoso vínculo sino como, al modo de la fe del converso, el “vínculo transatlántico” parece haber poseído a la derecha más viajada e invitada a los Think Tanks conservadores.
Comprendo que tras la muerte del dictador, nuestra derecha franquista devenida a derecha democrática se encontraba huérfana de padres con cierto pedigrí intelectual democrático y en cambio sobrada de abuelos y tíos intelectualmente fascistas como Ramiro de Maeztu, Dionisio Ridruejo y algunos más. Cuando José María Aznar llegó a la presidencia del PP, toda una pléyade de neoconservadores, neodemócratas y neoliberales visitaron en masa los laboratorios de ideas del Reino Unido y los Estados Unidos, buscando aire fresco de intelectualidad demócrata-conservadora que en la tradición hispánica no encontraban.
Y entonces se produjo el milagro: descubrieron que la solución para sus fantasmas filofascistas pasaba por dejar en blanco la historia española desde el desastre de Cuba y, a modo de patchwork, coserla a la historia anglosajona. Por eso, en el discurso de nuestros intelectuales de derechas la casi totalidad del siglo XX se ha evaporado. Deja de existir la derrota de 1898 cuando Estados Unidos de América aprovechó la debilidad de la Restauración para consolidarse como potencia mundial montando el numerito del Maine; ni queda rastro el odio africano, y nunca mejor dicho, de los militares africanistas hacia la gran república de Norteamérica no solo por despojarnos de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, no solo por hundir la flota del Almirante Cervera, sino también por la humillación de firmar el Tratado de París ante la amenaza de ocupar Canarias, Cádiz y Ceuta (por cierto, el faro metálico de la isla de San Sebastián en Cádiz, sustituyó a uno de obra derribado en 1898 ante este temor).
En la mente de nuestros neos se esfuma el odio numantino del General Primo de Rivera contra las multinacionales norteamericanas del petróleo a las que acusaba de haber provocado su derrocamiento tras crear la Compañía Arrendataria del Monopolio del Petróleo S.A. (CAMPSA) en los años 20, odio que por cierto heredó su hijo José Antonio Primo de Rivera.
En la mente de nuestros neos desaparece igualmente el bloqueo de las democracias occidentales al régimen de Franco tras el fin de la II Guerra Mundial, la humillación de ver pasar de largo el Plan Marshall, y el ninguneo de Hassan II con el apoyo de los norteamericanos en el postrer desastre colonial del Sahara en 1975.
En la mente de nuestros neos, el antisemitismo franquista se disuelve como un azucarillo en la labor denodada de unos cuantos diplomáticos del régimen que se arriesgaron al salvar a miles de judíos utilizando una ley de tiempos de Alfonso XIII. Esta meritoria labor humanitaria de un puñado de buenas personas ha permitido transformar al Franco paladín panarabista, que nunca reconoció al Estado de Israel, en un sionista de pro. Y de paso transformar, sin sentimiento del ridículo, a nuestros intelectuales y políticos conservadores y antisionista en defensores de la causa sionista, tal y como se les exige desde los ámbitos conservadores anglosajones. Ejemplo reciente lo tenemos en Cesar Augusto Asensio, antisionista manifiesto en 1979 y hoy profundamente prosionista. Este in albis mental les permite la osadía de acusar de antisionismo a la izquierda socialista española, a pesar de que el PSOE es un socio histórico del Partido Laborista israelí en la Internacional Socialista.
En la mente de nuestros neos, todo eso desapareció, y emergió, como una luz pura, cristalina y diáfana, el vínculo transatlántico, que hay que mantener cual llama sagrada del Olimpo.
¿Pero de que nos están hablando estos neos? El vínculo transatlántico hunde sus raíces en la liberación del fascismo en Europa en 1945, y por lo que yo se, FAES mediante, el fascismo hispano se prolongó hasta 1978. El vínculo transatlántico florece por la amenaza del comunismo hacia las democracias de Europa tras la segunda guerra, pero ni la España de la época era democrática ni los comunistas nos amenazaban de nada (aún recuerdo un planito de los años 70 en el que se cuantificaba el tiempo que tardarían en llegar los tanques soviéticos a cada uno de los países de Europa; en nuestro caso la flechita pasaba sobre nuestras cabezas hasta señalar Gibraltar, lo único que le interesaba ocupar a los rusos y lo único que le interesaba defender a la OTAN).
A lo más que puede la derecha española agarrarse es al “lacito transatlántico” de los acuerdos firmados entre Estados Unidos y España en 1953, que supuso la salvación in extremis del régimen franquista y comida para millones de españoles (que no fue poco), pero que significó una patada más en el orgullo de la derecha española. El vínculo transatlántico comienza para España tras su ingreso en la OTAN, cuando ya nos habíamos liberado nosotros mismos del fascio y la URSS era ya solo una amenaza para sí misma.
Si fuéramos ingleses, franceses, alemanes o italianos, sería de bien nacido sentir respeto intelectual e incluso emocional por el vínculo transatlántico. Pero resulta que somos españoles, aquellos españoles que tuvieron que aguantar casi cuarenta años de dictadura franquista porque los Estados Unidos de América en vez de liberarnos en 1945 del yugo fascista lo dejaron sobrevivir treinta años más al llegar a la conclusión que Franco solo era perjudicial para los propios españoles.
Comprendo la orfandad intelectual de la derecha española y la mala conciencia que les produce su pasado franquista. Pero falsificar la historia, hacerla desaparecer y santificar un vínculo completamente extraño para la realidad española es, como ya se dijo, peor que un error: es una estupidez.