Mostrando entradas con la etiqueta Bipartidismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Bipartidismo. Mostrar todas las entradas

sábado, 15 de noviembre de 2014

¡Vivan las cadenas!

Hoy se ha conocido el resultado final de las votaciones en el seno de la nueva formación PODEMOS para elegir a sus órganos políticos, habiendo recibido la candidatura de Pablo Iglesias 95.311 votos, el 88,6%, lo que ha supuesto su proclamación como primer secretario general del partido y culmina un proceso congresual bastante atípico dentro del panorama político español. Y me gustaría compartir contigo, amable lector o lectora, algunas reflexiones sobre este proceso.

A principios de junio de este año publiqué un post titulado Que puedan, por el bien de todos, en que manifestaba mi deseo de que la naciente formación política acertase en la articulación de una metodología de partido eficaz, pensando que la demanda de sus simpatizantes y líderes era crear un sistema diferente. Pero me equivocaba doblemente.

Porque si bien el proceso constituyente de PODEMOS ha sido significativamente diferente al del resto de partidos, no ha sido radicalmente diferente y muestra una preocupante quiebra del proceso que le ha hecho crecer como la espuma.

En relación tanto al proceso en sí como a los resultados, se demuestra que no ha funcionado ni la pluralidad ni la participación. Comparando estos resultados con los obtenidos por el PSOE en el proceso de elección directa de la secretaría general, observamos que los votantes que han participado en la elección del secretario general de la nueva formación han sido 107.488 (el 42,65% de los inscritos), frente a los 128.300 votos de los afiliados (el 66% del censo) del proceso de los y las socialistas españolas.

Y si analizamos estos datos teniendo en cuenta el esfuerzo del elector, los datos aún son más favorables a las y los socialistas, ya que para votar en el proceso del PSOE debían ser afiliados, es decir, socialistas que estén al corriente de sus cuotas, y desplazarse un domingo de julio hasta una Casa del Pueblo para depositar su voto. En cambio, en el proceso de PODEMOS tan sólo se requería darse de alta, sin realizar ningún pago previo, y emitir el voto de forma electrónica desde su casa, su móvil o su trabajo, y durante varios días.

Pero lo que más debería preocupar a la nueva dirigencia de PODEMOS es que, por primera vez, la formación ha sufrido un brusco frenazo y marcha atrás en la participación, ya que han votado 4.582 menos que durante la votación de los documentos, hace unas semanas.

En cuanto a la pluralidad, en PODEMOS se observa un hiperliderazgo que algunos lectores de diarios digitales no han dudado de denominarlo a la búlgara, ya que si Pablo Iglesias ha conseguido un total de 95.311 votos, el siguiente postulante, Álvaro Monge, tan sólo ha recibido 995 sufragios.

Si lo comparamos con los resultados de los y las socialistas, no hay color. En dicho proceso el ganador, Pedro Sánchez, alcanzó un total de 62.477 votos, frente a los 46.439 votos de Eduardo Madina, y 19.384 votos de José Antonio Pérez Tapias.

Lo que no hay que poner en duda es que en PODEMOS se han presentado los que han querido, y han votado todos los que lo han deseado, con todas las facilidades del mundo, hasta el punto de asemejarse más a un concurso de televisión que a un proceso político al uso. Entonces, ¿qué ha pasado para que se haya producido una bajísima participación, menos que hace unas semanas, provocando además un hiperliderazgo aparentemente contradictorio con los deseos de pluralidad y horizontalidad? ¿A caso los damnificados materiales y morales de la crisis han vuelto a gritar Vivan las cadenas?

Mi hipótesis es que, en este proceso congresual, se han enfrentado en el seno de PODEMOS dos discursos radicalmente distintos, los que denomino los exiliados de la democracia del 78, y los damnificados por la democracia del 78. Los primeros nunca se habían sentido cómodos en un sistema de democracia parlamentaria y burguesa, los segundo han sido parte intrínseca del mismo, bien por haber participado como militantes y/o dirigentes de partidos y sindicatos como UGT, IU, CCOO, PP y PSOE, bien por haber sido alguno de los segmentos donde durante los dorados años 80, 90 y 2000, fantasearon con pertenecer a una clase media, pertenencia que la crisis les ha demostrado falsa.

Los primeros, recelosos de los modelos partidarios existente pedían algo radicalmente diferente. Los segundos, acostumbrados a dichos modelos, han optado por lo ya conocido, esperando tan sólo un cambio cosmético de actitudes. Y evidentemente han ganado los segundos. Y estos, acostumbrados a los hiperliderazgos de Felipe González y Santiago Carrillo, han buscando un liderazgo semejante en un tándem Iglesias y Monedero, tan parecido al mítico González y Guerra.

Ello ha provocado la fuga de los primeros vía abstención en el proceso de elección de Iglesias, que posiblemente se repita en las elecciones autonómicas y generales, aunque ello no suponga menos éxito electoral. Pero sí menos carácter transformador.

Por lo tanto, me temo que mi deseo expresado en el título de mi post de junio se ha visto frustrado, ya que en estos momentos creo que no han podido, y finalmente la montaña ha parido un ratón, al limitarse a renovar el modelo partidario del 78. Puede ser que PODEMOS alcance una mayoría suficiente para gobernar España, pero en absoluto será esa fuerza motriz que transforme desde sus cimientos el llamado por ellos régimen del 78, limitándose a un lavado de cara, imprescindible por otra parte.
          
Mi amiga Ana Pérez Luna, bloguera, feminista y lideresa sindical, lo afirmó hace meses con fino olfato: el PSOE va, y PODEMOS viene. Esperemos que no venga tanto que al final se cumpla su objetivo de sustituir a la vieja casta de partidos, ocupando su mismo espacio de la vieja política.

jueves, 19 de junio de 2014

Tres razones republicanas para rechazar un referéndum sobre la monarquía

Desde una posición firmemente republicana, defiendo que existen tres razones de peso para rechazar la propuesta extemporánea de convocar un referéndum para elegir el modelo de jefatura del Estado, entre república y monarquía.

La primera es de carácter ético. La república, como ya he afirmado en varias ocasiones, se inserta en el plano moral de no ser gobernados por nadie que no hayamos tenido la oportunidad de elegir. Al igual que era absurdo basar el debate de la abolición de la esclavitud en si vivía mejor un esclavo o un hombre libre, lo es plantear que una república nos proveerá de mayores bienes materiales, será un régimen menos corrupto, etc. Se es republicano por dignidad, pero no por interés.

Por ello, promover tal referéndum en estos momentos, aprovechando la angustia de la ciudadanía en una situación de emergencia social, disfrazando el alcance real del debate república/monarquía y bajo falsas promesas de un ubérrimo paraíso terrenal, me parece deleznable.

La segunda es de carácter político. La petición de un referéndum tiene mucho de oportunismo electoral. Su planteamiento en un momento social y económicamente convulso, y con la idea fija de algunas formaciones políticas de establecer dos bandos claramente diferenciados, entre el llamado bipartidismo y la izquierda auto titulada verdadera, ha puesto en marcha una dinámica social perversa que lleva a un callejón sin salida.

La no celebración de un referéndum refuerza la idea de que existe un interés en no permitir que el “pueblo” (ese que es convocado varias veces cada lustro y cuya tercera parte, cuando no más de la mitad, se queda en su casa) se manifieste públicamente. Pero si se celebrara mañana, supondría el desquiciamiento de este, y de cualquier, Estado Constitucional. Si arbitrariamente, es decir, sin un procedimiento reglado, se sometiera a referéndum un tema como este, ¿qué justificación tendríamos mañana para no convocar otro sobre la pena de muerte, por ejemplo? ¿El sólo hecho de que aquel tema me interesa y este otro no?

Y niego la mayor. Soy partidario de introducir constitucionalmente consultas directas mediante referéndum periódicos, pero sabiendo que éste sistema no significa medidas más justas, simplemente significa que son las que más apoyo obtiene de la ciudadanía. No hay que olvidar que gracias a la ausencia de referéndum, en Turquía las mujeres obtuvieron el derecho al voto en 1930, y que en cambio, gracias a los referéndum, las mujeres suizas tuvieron que esperar hasta 1971 para obtenerlo.

En caso que se celebrase y saliera a favor de la monarquía, como parece ser, ¿cuanto tendríamos que esperar para promover una república? ¿Un año, diez, treinta y nueve? ¿Un referéndum cada vez que se produzca una sucesión en el trono? ¿Nos veríamos impedidos a promover un verdadero proceso transformador a través de un cambio reglado de la Constitución?

Y en la remota hipótesis de que fuese favorable a la república, ¿cómo y quien afrontaría este desafío? Al romperse el procedimiento reglado en la Constitución para su modificación, también pactado por las fuerzas políticas y sociales en la transición, se crearía una situación ingobernable. Lo lógico sería la abdicación de Felipe VI, pero entonces le sucedería su hija, la princesa de Asturias, y al ser menor de edad no podría abdicar, y si lo hiciera, aún quedarían Sofía de Borbón, y las hermanas del rey y sus descendientes.

Cualquier otra opción será jurídicamente traumática: dar por derogada la Constitución de 1978, lo que obviamente dejaría, en teoría, suspensos todos los poderes del Estado,  pero que de facto supondría el poder absoluto para el ejecutivo, el gobierno de la Nación (en estos momentos del Partido Popular) el cual contaría, no lo dudemos, con el apoyo del ejército.

El referéndum es parte de una estrategia irresponsable de quienes se saben políticamente irrelevantes y confía en que la sensatez del que tiene opciones de gobierno no nos embarque en un proceso convulso, y que ello les permita seguir consiguiendo políticamente masa crítica.

La tercera es de carácter práctico. Si lo que se pretende es traer la república de forma democrática, hay que conseguir que una mayoría social suficiente se identifique con ella. Insertarla en un debate partidario nos aleja de ese ideal a pasos agigantados. Igual que en 1931 una mayoría social, que iba desde la derecha de Alejandro Lerroux y Niceto Alcalá Zamora hasta la izquierda marxista del PSOE, permitió una mayoría electoralmente suficiente, sólo una mayoría social que abarque desde el centro derecha y la izquierda hace posible la llegada democrática de la III República.

Estoy seguro que a algunas formaciones políticas les ha venido bien el planteamiento de un referéndum: han encontrado un punto no ideológico de unión que les permite no aclarar en demasía sus propuestas en materia económica o territoriales (en ocasiones irreconciliables), refuerzan la estrategia de las dos orillas y potencian las contradicciones del PSOE entre su alma republicana y su obsesión por ser un partido responsable.

Pero todo ello lo estarán consiguiendo sacrificando el alto, digno y meritorio espíritu republicano de millones de españoles asesinados y exiliados en el pasado.

sábado, 19 de noviembre de 2011

El problema no es el bipartidismo

En un post anterior titulado Sociedad sin Nobleza, ya apuntaba mi opinión que tan importante, e incluso más, que los cambios colectivos son los cambios personales. Creo que fue Descarte en su Método el que empezaba utilizando el ejemplo del muro, resaltando la importancia de empezarlo bien desde sus cimientos. De igual modo, si los ladrillos sociales que somos las y los ciudadanos no somos emocional y éticamente sólidos, es absurdo esperar que el muro social sí lo sea. Traigo esto a colación en relación al debate que hoy se está produciendo principalmente fuera del sistema, en redes sociales y correos electrónicos, en contra del que afirman bipartidismo político español.

No tengo claro que en España exista un bipartidismo aunque a veces lo parezca. Bipartidismo existe en Estados Unidos e Inglaterra desde la fundación de sus sistemas parlamentarios, de carácter mayoritario que imponen un marco político donde no existe la posibilidad real de la entrada en liza de un tercer jugador. En Inglaterra esta circunstancia se ha dado desde el siglo XVIII, primero con los partidos conservadores y liberales, y tras los años 20 del siglo XX, entre conservadores y laboristas. En Estados Unidos ni siquiera ha sido posible esa evolución, por lo que el cambio se produjo en el seno de las formaciones republicanas y demócratas, donde en este siglo cambiaron la polaridad ideológica.

Es cierto que en España existe un marco electoral que favorece mayorías parlamentarias, pero casi en la mitad de las legislaturas desde 1978 se han producido gobiernos con apoyos de minorías. El hecho diferencial español es que los partidos bisagras han sido nacionalistas periféricos, y no formaciones nacionales.

Cualquiera puede compartir que después de más treinta años de democracia, nuestro sistema electoral debe ser corregido. Pero este debate no es nuevo. Los que promueven el debate desde las redes sociales no han sido deslumbrados por la verdad en su particular camino a Damasco. También es cierto, lógico y muy humano, que los que más empeño ponen en el debate son aquellos que no consiguen alcanzar cuotas de poder con la actual legislación, y hacen depender de un cambio normativo su acceso al poder parlamentario. E igualmente lógico es que aquellos que en la situación actual consiguen mayorías suficientes no tengan ningún interés en promover su cambio.

Por ello deberemos buscar, cual arquitectos, un testigo que nos indique el movimiento real del debate sobre el supuesto bipartidismo español. Y éste no es otro que Izquierda Unida, como heredera del Partico Comunista Español. Uno de los hechos que consideraron problemáticos los dirigentes de la Transición, así en masculino ya que por aquella época la mujer seguía excluida de los procesos de toma de decisión política, era la enorme cantidad de partidos que pretendía entrar en liza electoral. Ello aventuraba un parlamento muy fragmentado que impedía una gobernanza del cambio. Y por ello la derecha nucleada entorno al presidente del gobierno Adolfo Suárez, lo que sería la UCE, el PSOE y el PCE, apostaron por un sistema que fomentara una concentración parlamentaria suficiente. Hecho importante es la decisión del Partido Comunista que en aquella época aspiraba a ser el referente español de la época y por lo tanto muy interesado en eliminar de la escena parlamentaria a toda la pléyade de micropartidos marxistas y socialistas.

La historia nos enseña que fue el PSOE y no el PCE quien encarnó las aspiraciones políticas de una amplia mayoría de la sociedad española de izquierda, por lo que la ventaja que esperaban conseguir desde el Partido Comunista se convirtió en un hándicap imposible de superar. Y por ello, desde hace lustros IU, su heredera ideológica, apuesta por una modificación legal.

Pero más allá de este sector que reclama una modificación del marco electoral, han aparecido grupos outsiders, desencantados del sistema, e incluso los nunca encantados con él, que cifran sus esperanzas de cambio en una transformación del sistema electoral al que acusan de bipartidista. Y con este discurso están arrastrando a una parte importante de la sociedad, que puede ser el futuro fermento de un descontento que termine desestabilizando el sistema democrático hacia salidas que nadie puede controlar.

Yo soy de los que piensan, no ahora sino desde hace casi veinte años, que el sistema electoral español es francamente mejorable con, por ejemplo, la introducción de una nueva circunscripción nacional que equilibre la dispersión del voto y aproxime la representación electoral con la suma de votos conseguido. También creo en la virtud de promover una relación más directa entre elector y elegido, pero con cierto protagonismo de los propios partidos políticos, ya no existe prueba empírica que demuestre que la ausencia de cierto control de los aparatos de los partidos de mejor resultado que su existencia.

Pero que mi opinión política cuestione desde hace años el actual marco electoral no significa que comparta los discursos contra el supuesto bipartidismo. Habría que preguntar a los que claman contra él, si prefieren un sistema multipartidismo a la italiana. Esta sería la primera gran prueba de dicha argumentación. Que exista la posibilidad de múltiples mayorías parlamentarias en la república itálica no ha devenido en mayores niveles de democracia y ética. Bien al contrario, ha derivado hacia mayores niveles de corrupción e inmoralidad democrática.

Pero no hay que cruzar medio Mediterráneo para comprobarlo. El acceso de pequeñas formaciones a los ayuntamientos españoles no asegura mayores niveles de salud democrática. Lo que favorece es la aparición de personajes de dudosa ética democrática que aprovechan la necesidad de sus votos para conseguir o mantener negocios de dudosa legalidad.

Por ello, defiendo que el esfuerzo que se pone en demandar un cambio electoral se comparta con la autoexigencia colectiva de mayores niveles de ética democrática. Como los ladrillos de Descartes, de nada nos sirve centrar todos nuestros esfuerzos en una lucha contra el sistema electoral si cuando se consiga lo que hayamos hecho haya sido abrir la puerta de las instituciones a virus antidemocráticos más peligrosos de los que pretendíamos erradicar.

En ocasiones veo fantasmas, posiblemente. Pero leyendo y escuchando los discursos sobre el bipartidismo español recuerdo al doctor Abronsius, en El Baile de los Vampiros. Soy consciente que mi argumentación puede sonar al de Victoria Kent en las Cortes Constituyentes de la II República sobre el voto femenino, pero mi posición es que siendo importante que el voto de cada persona valga lo mismo, independientemente de la circunscripción en la que viva; que el valor de un voto sea el mismo independientemente de que en su vecindario vivan más o menos personas de su misma elección electoral; que la ciudadanía debe tener la posibilidad de elegir no sólo las siglas sino también el nombre y apellido de su representante; compartiendo todo ello, soy consciente también que hasta que los y las españolas no recuperemos valores éticos de austeridad, frugalidad, honradez, esfuerzo, empatía y respeto emocional, cualquier cambio terminará por ser puramente cosmético.