domingo, 10 de enero de 2016

Ni Concierto ni doble nacionalidad

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Lo poco agrada y lo mucho espanta. Soy hombre refranero (maricón o mamporrero, dicen) y este es uno de mis preferidos, aprendido de labios de mi progenitora en mis dulces días tangerinos. Al principio interesa, luego uno aguarda educadamente a que termine, y al final, con cara de pocos amigos, espera que el dichoso energúmeno nos deje en paz.

Suele ocurrir con las gracietas de los niños, pero también con personas que nos enamoran por su gracejo, su cultura o su belleza. Permanecer imperturbable e inmutable en un papel produce aburrimiento primero y hartazgo al final. Y en ello andamos con la cuestión catalana.

No tengo duda que el debate sobre Catalunya es un debate trucado, muy al gusto de nuestro carácter mediterráneo de la impostura y el postureo. Tengo la convicción de que en el fondo nadie es consciente de la transcendencia del debate, de sus repercusiones a medio y largo plazo, y todos y todas lo reducen a un par de variables adscribiéndose a la que más coincide con sus prejuicios. Pero la realidad es tozuda, y lo complejo no se simplifica porque nosotros nos neguemos a tomarlo en consideración.

Pase lo que pase, se quede o se vaya, los y las ciudadanas de lo que hoy conocemos como Reino de España seguirán con sus vidas, descubriendo lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno. Como ocurrió cuando el sueño iberista de la corona castellana salió hecho pedazos en 1640, cuando Bolívar y San Martín independizaron los virreinatos americanos, o cuando los trust americanos decidieron que España no necesitaban para nada Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

Pero de lo que estoy convencido es que la comedia catalana ya ha pasado de divertir a aburrir, y pronto pasará a causar hartazgo. La bufonada de ayer 9 de enero (ese pacto medievalista donde se dejan en prenda a representantes democráticos como cuando Francisco I envió a sus hijos a Carlos V como garantía de cumplimiento del Tratado de Madrid) muestra que la cultura democrática apenas es un barniz en nuestra piel de toro. Y lo que es peor, lleva al cansancio de todos, aquende y allende el Ebro.

Como español, no estoy en contra de una consulta o referéndum; como socialista no rechazo que un territorio por las buenas o por las malas se independice. Lo que sí rechazo de plano es que el Estado español ofrezca el Concierto a cambio de un par de décadas de sosiego independentista catalán, o la doble nacionalidad a una novísima República Catalana.

Esto ya ha pasado de castaño a oscuro, y el niño malcriado ya no hace maldita la gracia.

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