domingo, 31 de enero de 2016

¡“Disparen” sobre el militante socialista!



No hay nada nuevo bajo el sol. Y en política posiblemente menos que en ninguna otra materia.

Por eso, las estrategias de las nuevas formaciones políticas españolas no son ninguna novedad, sino la reactualización, muy inteligentemente eso sí, de las prácticas y las teorías políticas antiguas que podemos rastrear a lo largo de la historia.

La máxima divide y vencerás, es una de ellas. Por eso se ha acusado a Pablo Iglesias de crear divisiones en vez de construir. Y con mucha razón. En mercadotecnia, lo principal es la creación de un target que sea receptivo a nuestros productos, que un número suficiente de individuos se sienta diferente a la mayoría y especial por consumirlo.

Porque se trata de vencer, no de convencer. Y tienen muchas posibilidades de vencer, porque disponen de las herramientas necesarias (medios de comunicación afines, potentes creadores de opinión en las redes, el sentimiento de culpabilidad de decenas de miles de revolucionarios de los setenta y ochenta, que a partir de los noventa se aburguesaron y ahora quieren hacerse perdonar y perdonarse radicalizándose y pidiendo lo que no hicieron cuando pudieron), pero ni convencerán ni les importa hacerlo.

Y de eso trata la nueva política española: primero romper los vínculos emocionales que cohesiona el entramado social creando el sentimiento de desapego de los de abajo respecto a los de arriba; luego haciendo lo mismo hacia la dirigencia del país, reactualizando el término casta, que ha pasado de identificar las partes que se divide la sociedad (la casta de cristianos, judíos y moros de las que nos hablaba Américo Castro, o las castas de la India) a designar un segmento social enemigo de la mayoría.

Una vez que has creado ese target político, un número suficiente de ciudadanos que se identifican con los de abajo, y han roto su vínculo emocional con la dirigencia del país, la casta, solo falta el paso de eliminar a los que compiten en tu mismo mercado.

Por eso, tras años donde el objetivo era identificar al PSOE con el PP, las elecciones ha llevado a los ideólogos del entorno de PODEMOS y sus creadores de opinión a una nueva estrategia, basada en disparar, no sobre el PSOE en su conjunto, sino de forma selectiva sobre la dirigencia socialista que podría resistirse a un pacto con ellos, para promover la división dentro de la masa social del socialismo español intentando conformar también un arriba y un abajo (la dirigencia y la militancia) y una casta, algunos de los dirigentes más importantes del socialismo, para intentar que la base socialista los identifique como los enemigos aliados con la casta de la derecha, y por consiguiente que se les identifique a ellos como los aliados de la militancia socialista.

La decisión de la dirección del PSOE de dar la última palabra a la militancia en un pacto de gobernabilidad o gobierno, obligará a redefinir la estrategia de la formación morada.

Porque ahora ya no basta con disparar a los y las dirigentes que puedan oponerse a su estrategia, sino intentar que a la hora de decidir, el militante socialista tenga que definirse si es uno de los de abajo o de los de arriba, si es parte de la casta o el enemigo de ella. Por eso en las próximas semanas sin duda veremos un fuego graneado en las redes sociales y en los discursos públicos de los líderes de PODEMOS intentando satanizar a aquel militante socialista de base que no se muestre favorable a las tesis de esa formación política.

Dividir a la sociedad, dividir al PSOE, dividir a los militantes. En el fondo, la política neopopular de PODEMOS no es tan diferente a la política neoliberal del PP. Crispar, dividir, silenciar. Porque, como ha ocurrido en toda la historia de la humanidad, el fin justifica los medios.
     
O no.

domingo, 24 de enero de 2016

Gimeno, Bescansa y el feminismo de las nuevas generaciones


Recientemente, Beatriz Gimeno ha publicado un interesante artículo en el magazin on-line Pikara titulado “El bebé de Bescansa, elfeminismo y la nueva política” que aporta un novedoso enfoque sobre un tema que ha hecho correr ríos de tinta (o en la new age, ríos de bit) en el seno del feminismo español.

Un artículo (cuya lectura es muy recomendable), que viene a plantear una hipótesis valiente: la existencia de un nuevo feminismo, más vital, que ha superado el feminismo más vinculado a la tradición de aquellas mujeres de la generación de la propia Gimeno.

Así, afirma que “Las feministas que criticaron el gesto de Bescansa pertenecen a otra tradición feminista que, en parte, está ligada también a otra generación (la mía, por cierto) que ha dado mucho al feminismo pero que si no mira alrededor con curiosidad y ganas de aprender y, sobre todo, de escuchar, corre el riesgo de quedarse completamente al margen”.

Gimeno es un referente de la lucha feminista en nuestro país, y cuya solvencia intelectual y compromiso social por la igualdad llevó al movimiento andaluz de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transexuales e Intergénero (LGTBTI) a concederle el premio Adriano Antinoo en 2012.

Esta es una de las razones por la que para el movimiento LGTBI al que pertenezco, y que se define como feminista, la valiente afirmación es muy importante. Porque efectivamente, si el feminismo no es capaz de trascender sus propios paradigmas para ajustarlos a la realidad social corre el riesgo de terminar como el liberalismo, una teoría venerable secuestrada por los intereses espurios de una minoría que la utiliza para fundamentar sus prejuicios de clase.

Un ejemplo lo tenemos en el rechazo numantino, de ese mismo feminismo generacional al que pertenece Gimeno, de la gestación subrogada. El manifiesto “No somos vasijas” está inspirado en el eje de las críticas feministas hacia Bescansa, que Gimeno cuestiona porque “el feminismo se mueve al ritmo de las vidas de las mujeres”.

En su artículo, Gimeno aclara que “Lo primero que hice antes de ponerme a escribir este artículo fue realizar una mini encuesta en mi trabajo a mis compañeras diputadas y a las trabajadoras del Grupo Parlamentario” sorprendiéndole que “Las jóvenes a las que he preguntado crecieron sabiendo que no tenían que ser madres si no querían, que tenían que estudiar, que formarse, y que tenían que conseguir un trabajo remunerado sin el cual no hay igualdad ni tampoco hipoteca posible. Y con lo que se han encontrado es con lo que de sobra conocemos; que en realidad no pueden ser madres (ni padres) aunque quieran”.

Por eso, invito a Beatriz Gimeno que se cuestione también sus paradigmas en relación a la gestación subrogada. Que salga a la calle y pregunte a mujeres jóvenes que pueden ser madres pero que han crecido sabiendo que no tienen por qué serlo si no quieren, si están dispuestas a realizar el generoso acto de solidaridad en favor de otras mujeres y parejas mediante la gestación subrogada.

El rechazo frontal hacia una técnica reproductiva como la gestación subrogada no sólo niega el derecho subjetivo de mujeres y hombres a ser madres y padres, sino que también el derecho objetivo a la autonomía de las mujeres para decidir sobre su cuerpo en relación a un acto de generosidad, como la donación de óvulos, órganos y sangre.

Es comprensible la prevención del feminismo generacional de Gimeno hacia una técnica reproductiva que rompe los esquemas preconcebidos. Un sólido análisis elaborado durante décadas lleva a la convicción de que, como en el caso de la selva, haga el hombre el amor o la guerra, siempre terminan perdiendo las mujeres.

Pero como ha escrito Gimeno, si ese feminismo no "mira alrededor con curiosidad y ganas de aprender y, sobre todo, de escuchar, corre el riesgo de quedarse completamente al margen".Y estoy convencido que ese camino ya se está recorriendo con el rechazo visceral hacia la gestación subrogada.

domingo, 17 de enero de 2016

¿Por qué razón no mata a su bebé y se lo come?

«GHVIP»: Laura, Carmen, El pequeño Nicolás y Julián son los primeros nominados

Querida lectora o lector, estoy seguro que si hiciera esta pregunta a un millón de personas obtendría una amplísima panoplia de respuestas que irían desde el silencio acompañado de una mirada llena de desprecio, hasta intentos de agresión, acompañados de los lógicos insultos y calificaciones de enfermedad mental por ocurrírseme una pregunta así.

Pero de lo que estoy seguro es que ni entre un millón de respuestas alguien se limitaría a responder: no lo hago porque lo prohíbe la ley.

Y es que en los seres humanos son más fuerte los límites que nos impone lo que nos parece repugnante que las normas que nos damos mediante leyes.

Por eso no deja de parecerme muy curioso qué en nuestra cultura peninsular, queremos resolver los problemas que nos acucian mediante el cambio de leyes, la gran mayoría de veces endureciéndolas, sin reparar en que, como nos recuerda nuestro rico acervo refranero, hecha la ley, hecha la trampa.

Siempre he considerado esta obsesión por cambiar las leyes, como una de las mayores hipocresías patrias, una forma de descargar nuestra responsabilidad y silenciar nuestra conciencia. Porque todos y todas sabemos que el cambio de la ley por sí, por necesaria y oportuna que sea, no es suficiente en la mayoría de los casos y, en no pocos, directamente irrelevante.

Esto podemos observarlo desde nuestra posición hacia la corrupción hasta las debilidades de nuestro sistema educativo, pasando por todas las realidades que confluyen en nuestra vida cotidiana.

Mientras cada uno de nosotros no sintamos la misma repugnancia al pensar en actuar de forma corrupta como nos sentiríamos al pensar que vamos a matar a nuestro bebé y comérnoslo; mientras que no sintamos la misma repugnancia hacia el padre o la madre infanticida antropófaga que hacia el corrupto; mientras ser corrupto tenga cierta tolerancia social, el cambio de leyes, con ser importantes, no dejarán de ser medidas cosméticas, claramente consoladoras pero poco efectivas.

Estos días tenemos la prueba en un programa de televisión, donde han reunido a algunos de los personajes que representan esa falta de ética y que son premiados socialmente, al convertirse en protagonista generosamente retribuidos de un show en prime time.

La cadena de televisión, que en sus noticiarios presenta una fachada de dura crítica hacia la corrupción en la política, y unos ciudadanos que encuesta tras encuesta declaran rechazar la corrupción para engancharse a continuación a dicho programa, son el ejemplo paradigmático de nuestra hipocresía.

Hasta que no cambiemos nosotros, todos los cambios legales son irrelevantes. Por muy consoladores que sean.

domingo, 10 de enero de 2016

Ni Concierto ni doble nacionalidad

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Lo poco agrada y lo mucho espanta. Soy hombre refranero (maricón o mamporrero, dicen) y este es uno de mis preferidos, aprendido de labios de mi progenitora en mis dulces días tangerinos. Al principio interesa, luego uno aguarda educadamente a que termine, y al final, con cara de pocos amigos, espera que el dichoso energúmeno nos deje en paz.

Suele ocurrir con las gracietas de los niños, pero también con personas que nos enamoran por su gracejo, su cultura o su belleza. Permanecer imperturbable e inmutable en un papel produce aburrimiento primero y hartazgo al final. Y en ello andamos con la cuestión catalana.

No tengo duda que el debate sobre Catalunya es un debate trucado, muy al gusto de nuestro carácter mediterráneo de la impostura y el postureo. Tengo la convicción de que en el fondo nadie es consciente de la transcendencia del debate, de sus repercusiones a medio y largo plazo, y todos y todas lo reducen a un par de variables adscribiéndose a la que más coincide con sus prejuicios. Pero la realidad es tozuda, y lo complejo no se simplifica porque nosotros nos neguemos a tomarlo en consideración.

Pase lo que pase, se quede o se vaya, los y las ciudadanas de lo que hoy conocemos como Reino de España seguirán con sus vidas, descubriendo lo bueno de lo malo y lo malo de lo bueno. Como ocurrió cuando el sueño iberista de la corona castellana salió hecho pedazos en 1640, cuando Bolívar y San Martín independizaron los virreinatos americanos, o cuando los trust americanos decidieron que España no necesitaban para nada Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

Pero de lo que estoy convencido es que la comedia catalana ya ha pasado de divertir a aburrir, y pronto pasará a causar hartazgo. La bufonada de ayer 9 de enero (ese pacto medievalista donde se dejan en prenda a representantes democráticos como cuando Francisco I envió a sus hijos a Carlos V como garantía de cumplimiento del Tratado de Madrid) muestra que la cultura democrática apenas es un barniz en nuestra piel de toro. Y lo que es peor, lleva al cansancio de todos, aquende y allende el Ebro.

Como español, no estoy en contra de una consulta o referéndum; como socialista no rechazo que un territorio por las buenas o por las malas se independice. Lo que sí rechazo de plano es que el Estado español ofrezca el Concierto a cambio de un par de décadas de sosiego independentista catalán, o la doble nacionalidad a una novísima República Catalana.

Esto ya ha pasado de castaño a oscuro, y el niño malcriado ya no hace maldita la gracia.