jueves, 5 de enero de 2012

¡Arrodillaos!

Yo tuve la fortuna (sí, sí, la fortuna) de no saber de la existencia de las Cabalgatas de Reyes hasta al menos tener catorce años. En mi Tánger natal, la tarde-noche de reyes era un sin vivir de nervios, preparativos para pasar toda la noche supuestamente encerrados en una habitación para no asustar a los reyes, colocar los zapatos, etc. Pero nunca supe de la Cabalgata y por ello ni me gustaba ni me disgustaba, ni aspiraba a coger caramelos ni a encumbrarme en lo alto de ellas.

Aclaro esto para que mis simpáticos y tarados trolles atinen mejor sus trabajadas vomitonas, una vez afirme que entre todos los actos sociales, la Cabalgata de Reyes me parece el más deleznable de todos. Si uno tiene la capacidad de tomar perspectiva, no verse embargado por las emociones infantiles y analizar lo que ocurre esta noche en centenares de ciudades y pueblos de España, convendría conmigo que se trata de toda una representación social de sumisión del pueblo a las élites.

Veamos la escena. Unos niños, cuyos padres han tenido que contar con los contactos suficientes y recursos económicos aún más suficientes para correr con el importante gasto que supone ver a sus churumbeles encumbrados a las carrozas, lujosamente vestidos, rodeando a prohombres de la buena sociedad de cada ciudad, reparten displicentes miles de caramelos que la mayoría caen en el suelo.

Abajo, a ras de calle, miles, decenas de miles de niños, la mayoría excluidos de la posibilidad de lucir lujosas ropas en lo alto de las carrozas, que nunca podrán codearse de esos reyes magos que limpian sus malas conciencia (este defrauda a Hacienda, aquel apaña un partido, el último ha estafado a un cliente) mostrando una supuesta conmiseración hacia los niños del pueblo; esos hijos de obreros, de trabajadores digo, se arrodillan ante los hijos de los burgueses para recoger las miajas de su orgulloso reparto. Se trata sin duda de la imagen del siglo XVII, cuando la nobleza repartía algunas monedas a su paso mientras pedigüeños y pordioseros luchaban entre ellos para conseguir una.

La de Sevilla es sin duda la Cabalgata que cuenta con más carga clasista. Organizada por la llamada “docta casa”, que sólo le salva haber acogido el discurso del Ideal Andaluz de Infantes, apañada para mayor lucimiento y alago de militares, abogados, médicos, políticos y deportistas que año tras año ocupan el papel de la realeza de oriente, con miles de padres llamando a sus puertas para conseguir con recomendaciones, dádivas, favores, etc. que sus hijos o nietos suban a todo lo alto de ese trono invernal (el primaveral está reservado desde hace muchos siglos), es la siniestra procesión del orgullo, la soberbia y la prepotencia de una ciudad que aspira a liderar el siglo XXI andaluz, pero que no consigue liberarse de su omnipresente siglo XIX.

Y mientras los hijos de los trabajadores felices por conseguir reunir un cartucho de caramelos. ¡Ay! míseros!, ¡Ay! infelices….!

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