sábado, 24 de diciembre de 2011

Quien nace lechón

Ayer aproveché para mandar las consabidas felicitaciones navideñas on-line, yo prefiero decir felicitaciones de las fiestas de invierno, así que esta mañana sólo me restaba revisar el correo y el facebook antes de enfrentarme a la dura jornada del 24 de diciembre (atiborrarte de polvorones, empaparte en alcoholes diversos, y esas cosas).

Pero mi buena amiga Ana Pérez Luna, siempre ojo avizor, había colgado en su face el enlace a una noticia de EL PAIS con la reprobación de la Junta de Andalucía, el PSOE e IU a las palabras del renuevo ministro de agricultura Miguel Arias Cañete, un revival ministerial made in mariano, que entre otras perlas de la oratoria de los reneoconservadores-liberales-vivalavirgen que nos ha deparado este nuevo 20-N, compartió en Jaén con el mundo mundial que al regadío hay que utilizarlo como a las mujeres, con mucho cuidado, que le pueden perder a uno o que debido a las muchas llamadas que hacía a su amigo Paulino Plata, consejero andaluz de agricultura, le estaba saliendo como una novia cara.

En oratoria, el orden de las palabras sí condiciona el resultado. De hecho, si en vez de utilizar hubiese elegido tratar su primera frase habría sonado distinta. La segunda no hay dios que la arregle. Pero lo cierto y verdad es que por mucho que se empeñe el electorado de la derecha y de la izquierda, ser del PP y ser del PSOE no es lo mismo. En cuanto se cimbrea al alcornoque siempre caen bellotas. Y nuestra derecha patria no ha evolucionado.

El otro día escuché espantado como un cura en el programa de Intereconomía dirigido por Manuel de la Prada, ese otro revival del televisivo porki, afirmaba que el problema de España llegó con la separación de poderes del liberalismo, y mezcló en la misma frase desamortización y guerra civil. Si. Ese curaca no pedía el regreso al régimen franquista, que sin duda en su mente se mostraba como una mariconada, sino al Antiguo Régimen, a la Santa Inquisición, al siglo XVII. Casi con toda seguridad al tarado emocional la España borbónica del XVIII ya le parecería demasiado radical. ¡Y mientras Prada afirmaba con la cabeza!

Si podemos sospechar que el pecho de muchos españoles de todo tipo, condición e ideología late un corazoncito racista, xenófobo, machista y radicalmente intolerantes, con los peperos y sus votantes la duda se vuelve certidumbre.

Y es que, como descubrí en Sevilla hace años, quien nace lechón, muere cochino. Como el ministro.

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