sábado, 19 de febrero de 2011

Objetores e insumisos de salón

En España la gran mayoría de la población desconoce la historia de la objeción de conciencia al servicio militar, y su consecuencia lógica la insumisión, ya que cuando apareció aún vivíamos el totalitarismo militarista del franquismo que silenciaba su existencia. Y su superación vino al mismo tiempo de la libertad de prensa de la mano de la Constitución de 1978.
Aun cuando existieron algunos antecedentes en el siglo XIX, y en los años sesenta del siglo XX por cuestiones religiosas, el primer español objetor de conciencia al servicio militar como estrategia para la abolición de la conscripción y de los ejércitos fue Pepe Beunza en 1971. Por ello sufrió “cárcel, destierro y condenas en cadena
La actitud valiente y desafiante de Beunza y los jóvenes que le siguieron sufriendo penas de prisión militar, llevó en 1976 al ministro de Defensa, teniente general Gutiérrez Mellado, a pedir a los jefes de Estado Mayor de los tres ejércitos “que adoptaran con carácter transitorio el pase a la situación de incorporación aplazada de todos aquellos que en el momento de incorporarse alegaran ser objetores de conciencia”.
La inclusión de la objeción de conciencia en nuestra Constitución de 1978 [contrapeso al derecho y el deber de defender a España que se establece en el artículo 30], es, por lo tanto, el éxito de esta dura y sacrificada lucha.
Con el paso de los años, este derecho a la objeción de conciencia, conseguido como todos los derechos a base de lucha y sufrimiento de los que antes estaban privados a ella, ha sido patrimonializado por otros colectivos, de forma torticera, para el mantenimiento de unos privilegios que resultan obscenos para el conjunto de la sociedad.
Así, nos encontramos que los colectivos de médicos y farmacéuticos más católicos, esos que antes formaban el tribunal social de nuestros pueblos y ciudades junto con el cura, el alcalde, el señorito y el comandante de la Guardia Civil, exigen su derecho a la objeción de conciencia, que no ampara la constitución, y sin estar dispuesto a sufrir ningún costo personal y social por ello, para negar por su cuenta una operación médica por la que cobran del Estado, o expender un medicamento legalmente autorizado.
Es decir, lo que a otros les costó cárcel militar ellos lo obtienen por la vía de los hechos (negándose a practicar abortos y expender la píldora del día después por ejemplo), o pretende obtenerlo, con la solidaridad de clase de jueces y magistrados, a través de pleitos en los tribunales.
Un caso paradigmático de estos insumisos de salón, con tanta arrogancia verbal como doblez viril, lo tenemos en José Eugenio Arias-Camisón. Durante dos meses hemos tenido que sufrir las invectivas de este restaurador marbellí, cuyas diatribas han sido adecuadamente amplificadas y animadas por los sanedrines de los radicales neo-liberales de los canales digitales, honrándole con el adjetivo del “hostelero insumiso”.
Su declaración a los medios el día 10 de febrero, cuando dijo "Este es un gobierno dictatorial, marxista y terrorista. No les tengo miedo porque ya he estado amenazado por ETA y tengo los cojones muy grandes" nos podía parecer que se trataba del nacimiento de un Viriato, un Daoiz, un Velarde, un Martín Cerezo, un Noval, dispuesto como el objetor de conciencia y por lo tanto insumiso Beunza, a sufrir prisión, torturas, exilio, incautación de bienes y exterminio familiar por su ideal de libertad en manos de un gobierno dictatorial, marxista y terrorista.
Pero ha resultado que no. Ha bastando con una pequeña multa y cerrarle el negocio (la pela es la pela) y el “hostelero insumiso de los grandes guevos” se ha "destesticulado" y se ha disuelto como un azucarillo en agua templada. ¡Anda que si este llega a estar en un castillo militar del franquismo, “canta” a la primea guantá!
Tristemente hemos descubierto que, al igual que con los médicos y los farmacéuticos, en vez de un José Antonio Labordeta (habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una patria, que ponga “se puede fumar”) nos hemos encontrado con un Steven Urkel (¿he sido yo?).
Esa Mariana de Pineda que nos han querido pintar los medios radicales, ha terminado diluyendo su verborrea totalitaria al aceptar que acatará la nueva norma "por imperativo legal". Como los de Herri Batasuna, mira tú.

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