miércoles, 6 de enero de 2010

Nadie dijo que luchar no fuera peligroso

La vida de Gandhi, a pesar de su lucha no violenta, no fue sencilla. Pasó hambre, destierro, prisión. Cuando una persona toma la decisión de luchar por sus derechos o los derechos de los demás debe asumir que esa lucha puede tener graves consecuencias personales. Aún más, cuanto más riesgo supone su lucha, más valor tiene.
Porque, ¿que mérito tiene acabar con un régimen tiránico, con el tráfico de armas o el hambre en el mundo si se resolviese con un mando a distancia desde el sofá de casa?
Por eso, en los últimos tiempos tenemos dos ejemplos de personas que decidieron luchar asumiendo un importante riesgo personal: la activista saharagui Aminatu Haidar y el ecologista Juan López de Uralde.
El envite tiene sus riesgos. La lucha de Aminatu Haidar, para ser creible, debía ser a vida o muerte. La lucha de los y las activistas de GREENPEACE, para convencer, deben asumir que con sus actos pueden terminar con los huesos en la cárcel.
Afortunadamente para Haidar, el Reino de Marruecos no “aguantó” la presión internacional y tuvo que permitirle regresar a su país, el Sahara Occidental, aunque ahora la mantenga en un ilegal arresto domiciliario. Desafortunadamente para López de Uralde, la otrora democracia envidiada del Reino de Dinamarca ha mostrado una mayor intolerancia que el Reino de Marruecos y lo mantiene en prisión en condiciones de una dureza injustitifcable para un país de los que englobamos como desarrollado.
Y si criticamos al Reino de Dinamarca no es por encarcelar a López de Uralde, sino de aprobar leyes represivas que lo han permitido, ya que el dirigente de GREENPEACE era consciente del riesgo de su acto y sabía que podía terminar en la cárcel tal y como ha ocurrido.
En el otro extremo del compromiso moral de la lucha lo encontramos en una cada vez más desorientada jerarquía católica. Acostumbrados a la luchas de sacristía y de las discusiones absurdamente bizantinas, el portavoz de la Conferencia Episcopal Española, Martínez Camino, amenazó “a los políticos que apoyen la nueva ley del aborto que se convertirán en "pecadores públicos" y, por lo tanto, no podrán comulgar”. Pero si el envite de Haidar y López de Uralde era sincero, exponiendo ambos su integridad física, la de Martínez ha carecido de autenticidad. La jerarquía católica, sin arriesgar nada en lo personal, es incapaz de llevar hasta el final sus amenazas. Y por eso los diputados, diputadas, senadoras y senadores católicos podrán seguir comulgando a pesar de haber votado a favor de la nueva Ley. Por ello, el colegio episcopal español debería aprender mucho de López de Uralde y Haidar, los verdaderos apóstoles de la dignidad.

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