jueves, 7 de enero de 2010

El reto de la Diversidad

La biodiversidad como estrategia para la sostenibilidad, las políticas para promover estrategias que acaben con los monocultivos en la agricultura, la negativa de los matrimonios consanguíneos, etc, nos señala que en el mundo la diversidad en general se considera un valor positivo. Pero en cambio, en el seno de la sociedad la diversidad humana provoca inseguridad.
Afirmar que nuestras ciudades, pueblos y barrios son cada día más diversos es una obviedad. En nuestras poblaciones se entremezclan ciudadanos y ciudadanas de todo el país, de Europa y del resto de continentes. Es cierto que en España este fenómeno es muy nuevo, al contrario que en ciudades como Paris o Londres en las cuales desde hace más de 100 años la mezcolanza de razas, credos e ideologías las convirtieron en faros de civilización durante todo el siglo XX.
Primero la Inquisición, que eliminó cualquier posibilidad de diversidad religiosa, luego la lacra de nuestras guerras civiles (carlistas y franquistas)que dificultó la diversidad ideológica, y por último nuestra pobreza como nación tras la pérdida del imperio, que hizo poco atractivo nuestro país para generar corrientes inmigratorias, nos convirtió en una “rara avis” en Europa. Hasta nuestra vecina Portugal ha tenido tradicionalmente mayor diversidad étnica que nosotros.
La actual eclosión de diversidad social en España es el producto lógico de nuestro éxito como país. La libertad religiosa y política obtenida tras la transición así como el crecimiento económico de los últimos 25 años, nos ha convertido en una meta para todas aquellas personas que quieren vivir mejor y con mayor libertad. En este sentido, ya no tenemos nada que envidiar a países que otrora eran paradigmas de libertad, bienestar y respeto.
Pero la ciudadanía española no se ha preparado para este logro. Es natural que lo diferente, lo desconocido, provoque miedo, ansiedad, rechazo. Y este natural sentimiento es el que ha sacudido a los y las vecinas del barrio obrero sevillano de San Jerónimo, paradigma histórico por su capacidad de asimilación de la diversidad y la solidaridad entre sus miembros en los largos años oscuros del franquismo y la pobreza.
El desencadenante ha sido la posibilidad, que hoy por hoy parece descartada, de ubicarse en sus suelos una mezquita para atender a la población musulmana de la Macarena. Fijar el debate en mezquita sí, mezquita no, es un error del que solo salen beneficiados los más extremistas. Estoy seguro que todas las manifestaciones y concentraciones realizadas en los últimos meses, a favor o en contra del templo musulmán ha congregado mayoritariamente a buena gente, ciudadanos trabajadores que quieren seguir viviendo en un barrio obrero, tolerante y respetuoso con sus diferencias.
Pero los extremistas de ambos lados están queriendo sacar réditos políticos atizando la fácil hoguera del miedo a la diferencia o a la homogenización. La diversidad es buena para nuestro país. Mejora nuestra compresión del mundo, facilita a nuestros jóvenes experiencias fundamentales para competir en un mundo global, atrae a gente con iniciativa y otras perspectivas, y oxigenan, en definitiva, nuestras sociedades y nuestras mentes.
Claro que ello requiere una apuesta decidida por las políticas públicas, mejorando la red sanitaria y escolar, creando servicios de mediación en conflictos y atemperando los naturales miedos a lo desconocido. Cerrar los ojos a maniobras de los extremistas a la vez que se pide a gritos bajadas de impuestos que harán imposible estos servicios es el mayor de los cinismos.

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